Por los años sesenta, mis padres habían adquirido una radio consola, misma que situaron en la sala de nuestro hogar, frecuentemente escuchaban música, a mí me llamaba la atención sobremanera aquel artefacto, pues al encenderlo, se tenía que esperar unos minutos para que pudiera funcionara; en aquella breve espera se me ocurrió irme a  asomar detrás del mueble citado y pude comprobar que había unos tubos que generaban luz y calor, le pregunté a mi madre y ella me dijo que se llamaban bulbos y me advirtió que no los tocara, porque podía sufrir una quemadura, desde entonces, siempre que iban a encender la radio, me iba por la parte de atrás, tendía un pequeño cobertor  y esperaba a que la lánguida luz agarrara fuerza; imaginaba que aquella luminosidad representaba una pequeña, pero floreciente ciudad, y me decía: así se ha de ver Monterrey desde el Cerro de la Silla. Cuando mis padres se olvidaron de utilizar con frecuencia aquella radio, me di la habilidad de encenderla yo en un momento en que mi madre no supervisaba mis actividades, de tal manera, que me sentía dueño del aparato.

En una ocasión sintonicé una estación que tocaba una música muy alegre, después me enteré que lo que escuchaba era Mambo y muy particularmente me llamó la atención una melodía que interpretaba Dámaso Pérez Prado, músico, compositor y actor de origen cubano; se denominaban Mambo del Politécnico y de cuya letra se me quedó muy grabada la frase: “A la cachi-cachiporra, porra”, porque era para mí el grito de guerra que usaba cuando jugaba con mis hermanos a enfrentarnos unos a otros haciendo una especie de porra con un calcetín viejo al que rellenábamos la punta con más calcetines hasta formar una bola; pues bien, la alusión es que un buen día, mis nietos más pequeños, María José y José Manuel se aburrían enormemente y se me ocurrió enseñarles el juego de las cachiporras, situación de la cual me arrepentí, pues una vez confeccionado el instrumento, la emprendieron contra mí como si ya supieran para que servían; el lado positivo del juego fue que pudieron liberar todo esa energía acumulada con motivo del “Quédate en Casa” debido a la pandemia. A los pocos días, regresaron los niños y me pidieron volver a jugar a las cachiporras, pero no mostré interés en ello, lo que no pasó desapercibido para José el padre de los menores, que inocentemente  se ofreció a jugar, arrepintiéndose enseguida pues recibió tantos cachiporrazos, que desarmó a los belicosos infantes.

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