La verdad, como asienta un término coloquial, esto es un margallate.
Me refiero a la serie de controles que en Tamaulipas incluye lo que en forma pomposa llaman Protocolo de Seguridad Sanitaria, para reducir y en su caso enfrentar, los embates de la pandemia.
Con seguridad usted ha vivido lo que parece un cuadro de Picasso. Cada empresa aplica las reglas que le viene en gana. Sean chicas, medianas o grandes, no se sabe lo que le va a tocar a uno en ese terreno.
Algunas, muy pocas, son la imagen de la pulcritud en nivel Dios. Reciben al cliente con una grabación que ahuyenta a niños, embarazadas y adultos mayores, además de exigir un miembro por familia. Debe entrar por una puerta y salir por otra; exigen cubrebocas, pisar un tapete inútil, aplicarse gel antibacterial, someterse a un aparatejo que mide la temperatura corporal, así como mantenerse a prudente distancia del resto de los asistentes.
Ese rosario de exigencias fue necesario cuando el semáforo epidemiológico estaba en color rojo y en su momento se agradeció, pero como estamos en México y cada quien pinta su negocio del tono que se le antoje, los clientes también hacen lo que quieren.
Como en la viña del Señor, hay de todo. Y el otro extremo es alarmante.
Entra usted a un negocio y no hay tapete o está hecho un colador. Un triste frasco de gel está a un lado y no hay medidor de temperatura. En correspondencia, adentro la sana distancia podría ser el nombre de una canción porque nadie la respeta y los cubrebocas flotan sobre la barbilla.
Si ha ido a un restaurante el entorno es de tragicomedia. Para entrar podrán no aplicarle gel pero sí le exigen el cubrebocas. A sólo unos pasos el cliente se lo quita al sentarse a la mesa, rodeado de docenas de comensales que gritan, ríen y estornudan con alegría en un recinto cerrado. Todos, claro, sin cubrebocas.
En el camino a casa ve una palapa repleta de fiesteros. Apretujados, en lo último que piensan es poner un metro y medio entre uno y otro u otra. Nadie les exige cubrebocas o pregunta si utilizaron el anibacterial.
¿A qué estamos jugando? podría uno pensar si no fuera por las dramáticas cifras de contagios y muertes que aún provoca el Covid 19.
Es evidente que la mayoría de la gente hace como que respeta las medidas sanitarias y las autoridades hacen como que las aplican. No hay información veraz y confiable de si es seguro o no un establecimiento u oficina. Esta es la vida diaria en tiempos llamados de postpandemia cuando todavía son de pandemia.
Ya estoy pensando en buscar el “detente amloviano”. Parece que la protección de Dios es lo único que realmente podemos invocar aunque por desgracia, no con todos funciona…
LO BUENO DE LO MALO
Entre la zozobra, el miedo y la tregedia que ha dejado en su camino la pandemia por el coronavirus en la frontera de Tamaulipas, algo positivo ha sucedido.
No es cualquier cosa por sus implicaciones económicas: Los residentes de esa región, obligados por el cierre de los cruces binacionales, hicieron el “redescubrimiento” de los productos mexicanos.
En este escenario, los consumidores nativos confirmaron nuevamente, a querer o no, que la calidad de los servicios nacionales son tan buenos y en muchos casos mejores que los estadounidenses.
Comida, refacciones automotrices o domésticas, paseos, ropa, zapatos y utensilios para talleres o del hogar, entre otros insumos, recuperaron la confianza de los compradores locales e hicieron posible que la industria y el comercio norteños se mantuvieran en pie, evitando no sólo un severo desempleo, sino el cierre masivo de muchas empresas, sin importar su tamaño.
La prueba de lo anterior se reflejó en los primeros días de la reapertura a viajes no esenciales hacia el vecino país: Lo que se esperaba fuera un mercado persa en los puentes se dio en forma efímera y los consumidores fronterizos en su mayoría han conservado su predilección por el comercio mexicano.
Como dice la voz popular: Hay que valorar las pequeñas ganancias obtenidas de las grandes pérdidas…
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