“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9)
De niño, mi madre solía contarme cuentos para dormirme y en una ocasión me contó el que a continuación comparto con ustedes: Un anciano pasaba todos los días por el frente de nuestra casa y se detenía a saludarte cuando muy temprano y antes de barrer el patio de la casa, te sentaba en la ventana para que vieras a la calle; en ocasiones me gustaba dejar abierta la puerta de entrada, para que circulara el aire y se llevara el polvo que levantaba con la escoba. Un buen día, aquel hombre se detuvo para saludarme mientras barría el frente de la casa y me preguntó ¿Quién es este que respira tranquilidad, que se mueve al compás que marca el viento suave que mueve las hojas del robusto y majestuoso roble? ¿Quién, que está siempre en obediente espera, que atiende con respeto la voluntad de sus mayores, que pisa con cuidado para no herir el pasto? Yo le contesté: Es mi hijo Salomón. Y el hombre me respondió: Dios le conceda larga vida y salud, y que la virtud pacífica que refleja, siempre lo acompañe para que le dé paz a todo aquél que camine junto a él.
Desde entonces, he caminado por muchos senderos y en el camino me he encontrado toda clase de caminantes, algunos me saludan con agrado, otros pasan a mi lado con indiferencia, pero, no está en mi juzgar a nadie, mucho menos el forzar a nadie a seguirme, por el contrario, yo he seguido a muchos para aprender de sus virtudes, mas, será por mi carácter, mi tenacidad, o por mi insistencia, por la que he conseguido algunas cosas, no para mí, lo digo con sincera humildad, sino para aquellos a quienes ha de servir lo que mi entereza realizó y realiza, obrando siempre de buena voluntad, empresa que no lograría, si Dios no pone en mi camino a las personas que complementan mi misión con su noble don, que se traduce en servir a los demás, y hoy en particular, hablaré de una persona a la que en vida pude agradecerle su desinteresado apoyo, para transmitirle a las personas un mensaje, que como yo, busca dar paz a la sufrida alma de los que han transitado y transitan por caminos anfractuosos, que igual sufren dolor físico, que del alma, traduciéndose todo esto, en una condena a pagar, en ocasiones a perpetuidad. Pues bien, me refiero en esta ocasión a quien dejó recientemente su cuerpo físico, para trascender a una dimensión, donde seguramente, él sabía que encontraría la paz que tanto buscó transmitir a los demás, mi amigo, si así lo sintió en afecto como yo, Raúl Carrillo García, quién entregó parte de su valioso tiempo a la causa justa del Consejo Profesional para la Equidad Laboral y el Fortalecimiento de la Ética Institucional y al Grupo de ayuda mutua COPELFEI; estoy seguro, que muchos de sus mensajes fueron una fértil semilla que rindió y rendirá muchos frutos entre aquellos que la recibieron. Que la paz sea contigo mi estimado amigo y que Dios tome más en cuenta tus aciertos que tus debilidades, para que alcances la gloria de la vida eterna.
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