Hace algunos meses, mi hermana Isabel tuvo el noble gesto de regalarnos a cada uno de sus nueve hermanos un hermoso recuerdo, se trataba de una pequeña combi de juguete, esto, en alusión a un vehículo que había adquirido nuestra madre, después de trabajar muchos años en la venta de muebles y equipo para escuelas y oficinas; en dicho transporte, que tenía la particularidad de poder desmontarse las hileras de asientos, ella subía muestras de los productos que vendía, y mis hermanos y yo, nos turnábamos para acompañarla a los ejidos circunvecinos o a otros municipios y estados colindantes. Además de tener ese fin la compra del vehículo, también lo utilizaba para salir de viaje familiar, algunas veces rumbo a San Francisco Santiago NL., comunidad donde vivían sus padres Isabel Saldivar Y Virgilio Caballero Marroquín, así como sus hermanos María Concepción, Arturo y demás familia y amistades de la infancia, adolescencia y juventud; otras veces, los viajes eran a Tampico, lugar donde realizaba yo mis estudios de Medicina, y posteriormente donde asenté el hogar en compañía de María Elena.
Esta introducción breve de la historia de aquel famoso medio de transporte, viene a colación, porque mi hermana Isabel se dio a la tarea de conseguir fotos de todos nosotros y por supuesto de nuestro ejemplo y guía de vida, nuestra madre María Ernestina; las fotos las colocó en perfecto orden en las ventanillas de la Combi de juguete, pero en ellas se reflejaba ya nuestra edad adulta, y con ello la ganancia de peso de la mayoría de nosotros, situación que le llamara la atención a mi nieta María, la que he señalado en otras ocasiones como “María de mis tormentos” por lo inquieta que es, y tomado ella el juguete en sus manos y admirada al ver la larga fila de pasajeros, me pidió le relatara la historia de la misma, mi relato fue breve y pasando por alto algunos detalles, lo que para ella no fue así, y entonces me dijo: Abuelo, que bonito ha de haber sido aquel tiempo, son tantos y tan unidos que viajaban juntos y todos se ven muy felices, disfrutando el viaje, pero, ¿cuantos días se quedaban en San Francisco? Bueno, le contesté, en ocasiones íbamos por todas las vacaciones de verano. Y siendo tan llenitos todos de cuerpo, me preguntó ¿en dónde llevaban el equipaje? ¿Nadie se inconformaba por sentirse apretados? Le respondí a María: La verdad éramos más pequeños y más delgados, y como decía en aquel entonces mamá: Salomón, te toca a ti acomodar a tus hermanos y el equipaje, y como a mí me habilitaba como chofer, no me preocupaba mucho el acomodo, pero me las ingeniaba para que no se armara la revuelta ocasionada por la incomodidad, pues o cantábamos canciones, o jugábamos a las adivinanzas, o contábamos cuentos.
La niña permanecía inquieta y preocupada a la vez, y comentó: Y si los viajes fueran en estos días, ¿cómo le harías para acomodar a tus hermanos? Tratando que no siguiera escarbándole más al asunto le contesté: Mira, eso lo resolvería fácilmente, pues muchos de tus tíos abuelos tienen un esquisto y mullido cuerpo, tan semejante como los sillones reclinables, entonces subiría a las más delgadas sobre los más robustos y todos felices. Lista como es María, me contestó: Mira abuelo, mi mamá me ha dicho que es malo decir mentiras. Lo sé, pero a algunos nos está permitido fantasear un poco, si no, ¿te imaginas que aburrida sería la vida de los lectores, sin la magia de los escritores?
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