Con la edad las personas nos volvemos muy sensibles a las emociones y cada vez sentimos más la necesidad de ser amados. Con la edad, poco a poco se va acrecentando la vulnerabilidad, y se va instalando el sentimiento de la indefensión, y aunque haya personas que se conciben fuertes y por ello se dicen resistentes a la “sensiblería cursi” propia de muchos adultos mayores, tarde o temprano, y a escondidas, sufren por el hecho de ver mermado su vigor, su salud y su autoestima.
Una manera de retrasar la llegada de ese sentimiento de vulnerabilidad es el reencontrase a sí mismo y reflejarse en la persona del ayer, aquella en la que no había necesidad de tener presente lo fuerte y capaz que se era, y donde la mayoría de las acciones fluía de manera natural; aquella, en la que confiábamos plenamente y resolvía problemas de manera eficaz; aquella, que igualmente lloraba cuando la tristeza lo embargaba, pero, que lograba reponerse porque el espíritu que poseía siempre se mantenía despierto y atento a levantarlo de cualquier caída.
Para reencontrarse a sí mismo, es necesario escuchar a nuestro espíritu, el cuál no envejece, como sí lo hace nuestro cuerpo, pero, que igualmente es vulnerable, y puede dejar de estar tan activo como antes, al faltarle lo que expresa vivamente a través del cuerpo: El amor.
El espíritu conduce al adulto mayor al encuentro con el amor, y es atraído a la fuente primaria que emana de la ternura y de la inocencia de los niños, de ahí que, el amor que nace entre abuelos y nietos es lo más cercano que se está del amor que emana de Dios. “En esta sazón le presentaron unos niños para que pusiese sobre ellos las manos y orase. Mas los discípulos creyeron que le importunaban, los reñían. Jesús, por el contrario, les dijo: Dejad en paz a los niños, y no les estorbéis de venir a mí; porque de los que sean como ellos es el reino de los cielos. Y habiéndoles impuesto las manos, o dado la bendición, partió de allí” (Mt. 19:13-15).
Aquello que no podemos entender a través de nuestra inteligencia, siempre será resuelto por nuestro espíritu, si estuviéramos conscientes de la presencia de Dios en nuestro corazón, sabríamos que nuestro espíritu le pertenece al Señor y nosotros igualmente.
Mi nieto Emiliano me miró y me dijo: Abuelo ya no seré más tu consentido, porque no quieres cumplirme un deseo, escuchando eso Andrea cariñosamente me abrazó y me besó con mucha ternura y me dijo: Abuelo yo seré en adelante tu consentida, al ver aquello Emiliano replicó: Eso no podrá ser porque yo sé que todos somos tus consentidos. El Espíritu de Señor está con todos nosotros.
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