Hace algunos ayeres, cuando me inicié en mi trabajo como servidor público en los Servicios Coordinados de Salud Pública en el Estado, fui asignado a ocupar una plaza en Cd. Mante Tamaulipas, y con la finalidad de ahorrar gastos de traslado diario de Cd. Vitoria a aquella ciudad cañera, un buen amigo de mi padre, el Dr. Lauro Saavedra, me ofreció alojamiento en un inmueble de su propiedad, el cual, imagino, ya tenía tiempo desocupado por que el tiempo había dejado sus huellas en el interior, me di a la tarea de dejarlo habitable y me instalé en él, comprobando que en verdad era un lugar cómodo y muy bien ubicado. En la primera noche que pasé en esa habitación no pude dormir porque el calor era demasiado intenso, por lo que al día siguiente me dispuse a comprar un abanico; mas el aire que emanaba de éste resultó insuficiente, pues me la pasé limpiándome el sudor de la frente y dormitando  en forma intermitente; a lo sumo duré una semana y me di por vencido, decidiendo ir y venir todos los días.

Pero, el problema no se resolvió del todo, porque en la unidad de salud donde laboraba, tampoco teníamos abanicos y ante el efecto inclemente de aquellos calorones, decidí un buen día proponerle a mis compañeros de otros centros de salud, que realizáramos algunas actividades para reunir fondos para comprar lo que era ya considerado un verdadero artículo de primera necesidad. Todos estuvimos de acuerdo en trabajar para el logro de esa meta, entonces éramos 4 médicos, 4 enfermeras, 4 promotores de salud y 4 auxiliares administrativos; entre este personal nos encontrábamos los que éramos de Cd. Victoria  y los que residían o eran oriundos de Cd. Mante. Cuando por fin reunimos el dinero suficiente y cubría el presupuesto que con anticipación se había estimado, en una reunión de un viernes, quedamos que compraríamos los abanicos el lunes; camino de regreso con algunos de mis compañeros de Cd. Victoria, comentamos alegremente en el autobús, el hecho de que ahora sí estaríamos más cómodos en nuestros centros de trabajo, incluso, hicimos un amplio reconocimiento al significado del trabajo en equipo, en lo particular, me  sentía orgulloso de haber sido yo quien había hecho la propuesta de la adquisición de los ventiladores; al llegar a nuestra hermosa ciudad capital nos despedimos y quedamos de vernos en la terminal de los transportes el lunes a la hora acostumbrada ( 5:00 am.) y así lo hicimos, tocándome como compañera de asiento una de las auxiliares administrativas, que por cierto iba muy callada y no compartía mi entusiasmo por la ya muy próxima adquisición, ya para llegar a Cd. Mante, se animó a evidenciar  aquello que mermaba su ánimo y me dijo: Dr. No se vaya a enojar, pero, el viernes después de la junta nos quedamos algunos compañeros a platicar, y ahí surgieron una serie de recalamos por el hecho de hacer la compra de los abanicos, alegando, que eran los Servicios Coordinados de Salud Publica los que tenían que dotar a las unidades de todo lo necesario para  trabajar, según lo establecían las Condiciones Generales de Trabajo; más que enojarme, me sentí sumamente frustrado y traicionado, pues, anticipadamente, había hecho alarde de la unidad que teníamos ese segmento de la estructura de la hoy Secretaría de Salud; mas, la compañera tratándome de de consolar me dijo: no se preocupe, la parte que le corresponde a su centro está intacta, y antes de bajar de la unidad de autotransporte le dije: se puede saber qué le hicieron al resto del dinero y rápidamente me contestó que habían ido a comer a un buen restaurante, donde además habían brindado por la unidad que nos caracterizaba

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