Cuando mis nietos regresaron a mí, al bajar la intensidad de casos de Covid-19, me percaté de que al inicio, nos miramos con cierta desconfianza, como si anduviéramos buscando algo en el cuerpo que delatara nuestro estado de salud, aún portábamos cubrebocas, pero después nos dejamos de saludar con la lejanía que nos impuso la estrategia de la sana distancia, y al contacto de la piel de nuestras manos, los puños se cerraron emulando un anticipado esbozo de abrazo pleno; días más tarde se fue recuperando la confianza y los más pequeños, al llegar a casa, corrían a abrazarnos;José Manuel que se había vuelto huraño, empezó a jugar conmigo y cuando se cansaba de correr o de esconderse, se acercaba a mí para subirse a mispiernas y abrazarme; entonces parecía que todo volvería ser como antes; para entonces, los mayores  habían también vencido sus temores, y hacían contacto físico con la familia y los amigos, mientras yo observaba todo esto, me preguntaba:          ¿Estaremos ya libres de esta pandemia?Seguramente, para muchos, el estrés será un recordatorio para no confiar plenamente en que así será, mientras tanto, aprovechemos esta pausa para recuperar el tiempo de calidad que perdimos.

Es reconfortante el contacto físico,  disfrutar la tan anhelada cercanía, sentir las vibraciones positivas que emanan de nuestros cuerpos y son evidencia del amor que nos tenemos; regresaron los juegos y las expresiones de bienaventuranzas, seguramente que hoy podrías tener la oportunidad de ver la sonrisa de Dios, dibujada en la cara de los que tanto amamos.

El jazmín del pequeño paraíso de mi jardín urbano, que parecía haber muerto en el invierno, podría no tener hojas y contemplarse como ramas secas, más quiso nuestro Señor, que luciera como una corona de fragantes flores albas para anunciar que una nueva era nos espera, a pesar de los años, a pesar de los daños.

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