He conocido la malicia del ser humano desde que tengo uso de razón, algunas de sus acciones han dejado huella en mi memoria, más no han llegado a endurecer mi corazón. De los hechos más significativos, he elaborado un anecdotario, no con la finalidad de perpetuar su nocivo efecto, sí, para ejemplificar una verdad que bíblicamente es reconocida desde  que el hombre desobedeció a su Creador.

Los profesionistas especializados en conducta humana  por lo general aconsejan deshacerse de todo pensamiento negativo para evitar con ello inducir daños en nuestra salud física y mental; mas, el hecho de olvidar, podría llevarnos de nuevo a experimentar el mismo trauma, incluso, con un efecto más devastador que el que sufrimos la primera vez, porque, como dicen en el argot popular, las heridas, pueden en realidad, no haber cicatrizado del todo con el tiempo y por ello, al removerlas pueden volver a sangrar.

En esta ocasión narraré brevemente una de tantas anécdotas del capítulo dedicado a las experiencias laborales, y por razones obvias, no ahondaré en detalles que puedan servir para identificar a los actores que incurrieron desde mi muy particular enfoque, en una evidente  falta de ética: El anhelo de todo profesionista recién egresado de las universidades, es poner en práctica a la brevedad sus conocimientos, y obtener por ello una justa remuneración; ayer como hoy, muchos sabíamos de las dificultades para abrirse paso en la vida, desde la práctica privada, sobre todo, si no se cuenta con suficiente solvencia económica como para instalar una oficina , un consultorio, o despacho; de ahí que, la opción de poder ingresar a trabajar en una institución gubernamental  resultara prioritaria; pero, aspirar a una fuente de trabajo en un mercado laboral donde se ha privilegiado siempre la cultura de la recomendación, se convierte en un factor determinante para acceder a un puesto de trabajo.

Desde que estuve en las aulas de la facultad de Medicina, se escuchaba decir que para aquellos que tuviéramos un familiar laborando en el sector salud, teníamos asegurado el ingreso al mismo, de ahí, que yo podía ser uno de los privilegiados, porque mi padre se desempeñaba profesionalmente, en ese tiempo, como servidor público y además con un liderazgo reconocido en el área de su competencia en los tres niveles gubernamentales. Recuerdo que algunos de mis compañeros de universidad me decían : “Salomón, tú ya la tienes hecha”; he de confesar, que mi padre era muy especial en lo que concierne al desempeño profesional, jamás me habló de que yo podía tener una oportunidad laboral en el IMSS, por el contrario, cuando cursaba el bachillerato, subía y baja a pie todos los días las Lomas del Santuario, y veía pasar con frecuencia el auto de mi padre manejado por su chofer, y éste, a pesar de que yo le hacía señales para que se detuviera y me llevara a la preparatoria, situada frente al IMSS, nunca lo hizo, así es que decidí acusarlo con mi progenitor, pero, en lugar de darme la razón, mi padre me hizo ver que no debía facilitarme las cosas; en ese momento, no lo entendí, y albergué un sentimiento de frustración y minusvalía.

Cuando terminé el Servicio Social, regresé a Ciudad Victoria, dispuesto a abrir mi consultorio, el no contar con dinero para montarlo, no me hizo buscar a mi padre, fue mi madre la que ya había hecho planes en ese sentido, me ofreció su apoyo para pagar el primer mes de renta del local  y amueblarlo; sobra decir, que por ser un profesionista nuevo, el poder hacerse  de una clientela, resultó una labor titánica y más, cuando se tiene una enorme familia, que resultan ser nuestros primeros clientes exentos de pago, y luego le siguieron los recomendados, los menesterosos, y mi consultorio se convirtió en un dispensario médico casi gratuito, llegándome a acostumbrar a ello, sólo por la satisfacción de poder servirle a mi prójimo, aunque teniendo dificultad para pagar la renta y demás servicios. Fue entonces cuando mi padre, al percatarse de esto, volteó a verme, y habiéndose enterado de la creación de nuevas plazas en los Servicios Coordinados de Salud Pública del Estado, me recomendó para acceder a una de ellas con adscripción en Cd. Victoria, por lo que acepté sin titubeos, pues ya para entonces, tenía 5 años de casado y dos hijos que mantener, pero antes, había que llevar un curso de capacitación en la ciudad y puerto de Tampico; no recuerdo si el curso duró un mes o dos, pero, al término del mismo, el Coordinador del Programa , nos indicó que acudiéramos a las oficinas centrales, ubicadas en ciudad Victoria, para recoger el nombramiento, y así lo hicimos , llegué muy temprano, como otros tantos compañeros, nos sentaron en una sala de espera, y el jefe de Recursos Humanos iba llamando a los interesados, mas, fueron pasando casi la totalidad de ellos, y en repetidas ocasiones pregunté por mi nombramiento y me decían  que esperara mi turno, pero, siendo ya el último que quedaba, un poco molesto le pregunté al funcionario, quien me dijo, que había reprobado el curso, por eso no salió mi nombramiento, y no conforme con esa respuesta, pedí una entrevista con el Jefe de los Servicios, quien sólo alcanzó a decirme, que preguntara en el Sindicato, que ahí encontraría la respuesta, acudí al recinto sindical y me entrevisté con el responsable de las plazas de nueva creación, y  sin darme más explicación, argumentó que había salido un compromiso que era prioridad para el Secretario General, que posteriormente sería llamado, porque seguramente, habría otras oportunidades de empleo; de nuevo experimenté el sentimiento de frustración y minusvalía, y fui a agradecerle a mi padre el esfuerzo; él no sabía nada de lo ocurrido, y frente a mí, tomó el teléfono, comunicándose con una persona, la cual le aseguró que resolvería la situación; a la mañana siguiente había una propuesta para asignarme una plaza en Ciudad Mante, con el compromiso de  reubicarme en el término de 6 meses un día en ciudad Victoria; pero pasaron 6 años del  incumplimiento de aquella promesa, durante el trayecto de los mismos, toqué tantas puertas para tratar de cambiar mi adscripción, incluso, llegué a cruzar palabras con el gobernador del Estado. Cuando estaba a punto de resignarme, y aceptar estar recorriendo toda mi vida laboral, diariamente la carretera rumbo a ciudad Mante, recordé las palabras de mi padre en aquel pasaje del incidente que mencione anteriormente, ese que ocurrió al estar subiendo y bajando las Lomas del Santuario dúrate el bachillerato, y que ahora podía traducir como un mensaje relacionado con la perseverancia, el sentimiento de pertenencia y la fortaleza de espíritu, como verdaderas pruebas que nos pone el Creador para consolidar los valores positivos, que siempre he privilegiado.

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