¿Por dónde se cuela ese aire tan frío en tu otrora cálida vida, si a simple vista, no te falta cobijo y pareciera que, de vital no te faltara nada?

El frío llega un mal día sin pedirlo y sin pensarlo, como llega a la mente el pensamiento sobrio de la soledad y el hastío; entonces, el frío se cuela sin encontrar cabal resistencia, por la imperceptible fisura del tiempo, que se abre en el alma cuando se pierde a un amigo.

¿Pero cómo algo que se concibe como imperceptible, puede causar tal estrago en lo que hoy ya no se percibe como una entidad de vigor siempre activa?  ¿Cómo es posible, que fuerza de natural estadía, haga temblar la columna central que protege a la siempre divina esencia espiritual?

Mira tus ojos, ya están perdiendo su brillo, y qué decir de tu afable sonrisa que hoy se extravía entre tristeza y olvido; y qué decir de tu andar salpicado de aquella envidiable energía, que nunca por alto se dejaba pasar, para disfrutar de tu amada compañía.

¿Algo se tiene que hacer? Tal vez, sellar la fisura con el amor de Aquél, que te ofrece el dulce consuelo, para calmar tu desvelo, y regresar de inmediato la paz a tus grandes anhelos.

Si tan sólo pudieras reconocer, al caminante que viaja contigo por el camino de la verdad y de la vida, y le pidieras de corazón sellar con su amor aquella fisura del tiempo, que le permite colarse al frío pensamiento, que no permite perdonarte, como perdonar a tu prójimo, para vivir en paz contigo y con los demás.

Nadie que ame con el corazón y lo tenga rebosante del amor que le obsequia Jesucristo, puede perder su alma en el camino.

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