Un viento frío, entró por la ventana con sigilo, esto, mientras caía la tarde de aquel día que detuve mi marcha, para notar la ausencia de lo que más quería, tan alejada a mi infancia, y que en forma callada, despierto o soñando, imploraba al viento que no se llevara las huellas de mis amados nietos, los ahora grandes, los hoy más pequeños, huellas que habían dejado a su paso en la casa mía, que fue suya también por un tiempo, y a decir verdad, no sé  por qué, en forma instintiva, presuroso corrí a cerrar la puerta de entrada, que había dejado abierta, cuando cansado llegué de mi trabajo de toda la vida; tal vez, con ello intentaba evitar, que aquél inesperado viento que anunciaba con su llegada la temporada de invierno, no se llevara también el recuerdo de sus preciosas risas, de sus juegos de niño, de los momentos maravillosos en los que habíamos coincidido, en aquel tiempo que no era mío, que era más suyo, porque mi tiempo de estar con ellos, intentando detener su partida, ya no encontró el camino de regreso; porque ellos eran como el paso inesperado de aquello que tanto se anhela, de lo que se tiene un momento y se disfruta otro tanto, pero, que no siendo tuyo, tienes que dejarlo marchar para que siga tomando de la vida lo que irá necesitando, para dejar otras huellas en su vital existencia.

Alguna vez me vi sentado en aquel mullido sillón de la sala, que nunca pude disfrutar a plena conciencia, porque según yo, decía, era perder el tiempo, y la verdad no quería; en aquel día que nunca llegó, cuando estaba despierto, me veía cómodamente sentado, con una copa de buen vino en la mano, con la mirada buscando en aquella hermosa fotografía del cuadro, que colgado, pendía de la pared tan cercana, que parecía hermanarse con mis tristezas y con mis alegrías; en donde me veía corriendo, brincando, arrastrando mis pies descalzos en la mullida alfombra de hojas de pálido color amarillo viejo, que al paso despedían el húmedo olor del otoño que ya iba de salida, y que lo mismo, se antojan para tirarse de espaldas al suelo, para observar de abajo hacia arriba, aquel árbol que un día sembré con paciencia en la tierra, para poder presumirle a los que escucharan mi historia, que si yo no había podido llegar más alto, mi árbol lo haría por mí, para estar más cerca del cielo.

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