Érase una vez un joven romántico, enamorado de la vida, que soñaba con conocer a la mujer perfecta, como modelo tenía a su madre, que además de hermosa le sobraban virtudes: buen corazón, amorosa, leal, trabajadora, optimista, creativa, solidaria, caritativa, misericordiosa, en fin, como podrán apreciar, difícilmente se podía encontrar, quien pudiese conjugar tantas  y tan buenas características personales; pero nada es imposible de encontrar en la viña del Señor, porque para empezar, todo hijo de Dios nace con sobradas virtudes y con suficiencia en capacidad espiritual, para buscar con el tiempo, la perfección para honrar a su Creador. Mas, encontrar a tal creatura no resulta nada fácil, sobre todo, cuando solamente se cuenta con la buena intención que emerge de un corazón, que siendo amado, sigue tan anhelante de serlo, porque algo o alguien le robó o le tomó prestada una importante parte de su ser anhelante.

Caminar por mucho tiempo entre los tonos grises y oscuros, con destellos azules no resulta nada grato, vivir de ilusiones y con la esperanza de poder salir de un laberinto que ofrecía respuestas a los sinsabores, guiado sólo por los pensamientos confusos y engañosos, escuchando a lo lejos las voces perdidas en el silencio de la nada, y regresar por el mismo camino, para encontrarse de nuevo con aquello que llaman destino.

Era necesario un cambio en la vida, que no, un cambio de vida, y quien siempre te está observando, y a voluntad, te conduce a donde sabe que has de encontrar aquello que has anhelado tanto,  pone a tu alcance infinidad de señales para que sigas por el buen camino, y así fue, como un día de tantos, me vi parado junto al causante de tantos aparentes desatinos, y como no lo conocía y se veía buena gente, le pregunté desconsolado: ¿Acaso sabes tú cuál es mi destino? Y él  sonriendo, me extendió su mano y me dijo: Te he estado llamando, desde aquel venturoso día en que por primera vez te vi llorando, eras apenas un niño, cuando tu noble corazón se fue quebrando, y en cada lágrima derramada por tus ojos, vi cómo salía de tu cuerpo el amor en mil pedazos, mismos que tomé en mis manos, para regresarlo íntegro a su sitio, mas, me quedé con una lágrima, la primera de muchas que derramaste en el camino, porque quería que vinieras a buscarla, ahora dame tu mano, y su mano se posó en la mía y juntas las llevó a su corazón, y al sentir su divino palpitar acompasado, regresó la vida al mío y con ello conocí al ser perfecto que tanto había buscado; más, al salir de aquel fantástico embeleso, embriagado por el amor confeso, aquel  divino ser me dijo: Nadie te podía robar lo que siempre ha sido tuyo, esa importante parte de tu ser se llama fe, y mientras esté contigo, aunque aparentes estar perdido, siempre te llevará conmigo.

Que si esta anécdota es cierta, en verdad lo es y Jesús es mi testigo, si tienes fe, pregúntaselo tú mismo.

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