Siempre hay algo hermoso que se va quedando atrás en aquellos irrepetibles momentos de nuestra vida, eventos maravillosos a los cuales nos aferramos desesperadamente, porque no queremos dejarlos ir, que poco a poco nos arrebata el tiempo, y se van erosionando como si fueran una gran piedra azul golpeada por el fuerte viento en el desierto.

Mi esposa no lo entendía, pero ahora que ha dejado de llenar su pensamiento con las interminables preocupaciones cotidianas y ha madurado más su concepto del verdadero valor de la vida, lo ha entendido, e igualmente, al tomar mi mano, al ver con mis ojos y sentir con mi piel, sueña conmigo, y me ve, y se ve en sus sueños corriendo por aquellos parajes inolvidables de mi infancia.  Mis hijos aún no acaban por entenderlo, y no se explican el por qué cada vez que se presenta la oportunidad de regresar a la tierra de mi felicidad primaria, quisieran que mi eterna obsesión por el pasado no regresara más, porque aunque a ellos no les afecta en absoluto, piensan que me estoy perdiendo de muchas cosas por no ver hacia adelante, y aunque vivo el presente e igualmente éste me ha obsequiado cosas buenas, cuando fuiste adoptado por la magia de un entorno, te vez formando parte de él, de cada árbol por el que trepaste , de la hierba que pisaste descalzo, de cada sendero polvoriento que caminaste, del agua cristalina y fresca que corría libremente por las parcelas de los solares, de las herramientas de labranza, de la pureza de su aire, de los días soleados, de la lluvia repentina que se anunciaba cuando las primeras gotas caían sobre los tejados de lámina, de los deliciosos olores de comida saludable que despedían los hogares, del humo que salía por las chimeneas, del cadencioso paso de los vecinos con rostro y nombre con tantas historias que contarte, de los tradicionales juegos de niños, de los callos en las manos causados por la faena al paso de los días,  del vapor saliendo en cada palabra, de la nariz mocosa y la piel agrietada de las manos en el tiempo de frío, de las cobijas hechas de lana de borrego y los colchones tirados en el suelo, del despertar con el aroma del café de olla, de las primeras palabras de los seres que tanto amaste y se quedaron para siempre guardadas en tu corazón de niño, que te sigue recordando que mientras tengas vida, todas aquellos inolvidables momentos, jamás morirán, porque el celeste cielo con sus nubes blancas,  el aire, el agua, el sol , la lluvia, los árboles y el espíritu de todos los que amaste siguen estando ahí, esperando tu llegada, porque tu eterno espíritu sigue con ellos.

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