Hay corazones buenos que vienen desde el nacimiento; recuerdo por ello, un comentario de mi madre, cuando hacías una buena obra: Eres de buen corazón, y el que es así, lo será siempre, no importa cuántas pruebas tenga que enfrentar en la vida. Ello me hizo recordar una anécdota de mis dos primeros nietos ocurrida en su infancia: A Sebastián y Emiliano, les agradaba acudir a la casa de mi madre, porque podían jugar a sus anchas en el patio, pero, en una ocasión, noté que tenían cierta resistencia para asistir, más los convencí para que me acompañaran y  después de saludar a su bisabuela, salieron presurosos al patio, pero curiosamente regresaron a los pocos minutos y me pidieron que los llevara de regreso a su hogar, extrañado les pregunté si algo andaba mal, pero después de mirarse sospechosamente uno al otro, no dudé en que mi presunción era acertada, pues a los pocos minutos, procedente del patio, mi hermano Virgilio entró al comedor donde platicábamos plácidamente con mi madre, y  tomando una postura de enojo, subiendo el tono de voz les preguntó a Sebastián y a Emiliano, quién de los dos había arrancado las plantas de papaya que había sembrado; sin titubear, Emiliano aceptó ser él, quien  había realizado dicha acción, pero, aseguró que lo había hecho por el bien de la familia, porque creyó que se trataba de plantas malas; Virgilio le explicó que él había sembrado semillas de papaya maradol y estuvo pacientemente esperando que crecieran y de hecho, estaba por acordonar el área para evitar que alguien las dañara, pero nunca imaginó, que el par de diablillos se le adelantara; mi madre al escuchar el diálogo, increpó a Virgilio recordándole que en su niñez también realizó travesuras en muchas ocasiones; en realidad,  mi hermano no estaba tan molesto, pero, sí quería señalar la acción, para evitar futuros desaciertos. Mis nietos no se sintieron muy cómodos con el comentario y me pidieron nos retiráramos y así lo hicimos, al día siguiente Emiliano me pidió lo llevara a  un supermercado y se dirigió a la frutería  y me pidió le comprara una papaya maradol, ya de regreso en la casa  me pidió  que cuando la comiera no fuera a tirar las semillas, que se las guardara, porque iría a sembrarlas a la casa de su bisabuela, no tanto para complacer al tío Virgilio, sí para reparar el daño.

“Bienaventurados los mansos y humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:4,8)

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