El poder sin conocimiento es una de las mayores amenazas para cualquier sociedad. Con demasiada frecuencia, quienes aspiran a liderar lo hacen sin comprender la magnitud de su responsabilidad ni los efectos de sus decisiones. No es raro ver gobernantes que actúan con audacia, pero sin sabiduría, tomando medidas impulsivas que, lejos de solucionar problemas, los agravan.

El problema no es nuevo. Desde tiempos antiguos, se ha advertido sobre el peligro de que personas sin preparación tomen las riendas del Estado. Un líder que no sabe qué es lo mejor para su pueblo inevitablemente gobernará a ciegas, confiando en la suerte o en consejos interesados, pero sin un verdadero criterio propio. Y, sin embargo, estos personajes suelen estar convencidos de su propia capacidad, creyendo erróneamente que la voluntad y la ambición son suficientes para conducir una nación.

La falta de conocimiento en la política tiene consecuencias graves. Un dirigente que ignora la economía puede destruir la estabilidad financiera de un país. Un gobernante sin comprensión de la historia repetirá los errores del pasado. Un líder sin preparación jurídica desmantelará el Estado de derecho sin siquiera darse cuenta de las implicaciones. En cada caso, las decisiones erróneas no solo afectan al político en cuestión, sino a toda la sociedad, que paga el precio de su incompetencia.

Más peligroso aún es cuando estos líderes, al darse cuenta de su propia ignorancia, en lugar de buscar la sabiduría, recurren a la manipulación y la demagogia. Incapaces de tomar decisiones acertadas, optan por discursos incendiarios, prometen lo que no pueden cumplir y convierten el debate político en un espectáculo vacío. En lugar de gobernar, se dedican a perpetuar su poder, asegurándose de que el pueblo no perciba su falta de preparación.

El verdadero liderazgo requiere conocimiento, prudencia y responsabilidad. No basta con el deseo de gobernar; es necesario saber cómo hacerlo. Un buen político no solo debe tener ambición, sino también la humildad para reconocer lo que no sabe y la disciplina para aprender. En una sociedad que valora la educación y el criterio, los ignorantes no deberían tener cabida en el poder. Sin embargo, mientras los ciudadanos sigan eligiendo a líderes sin preparación, el destino de las naciones continuará siendo incierto.