Caminaba un sabio por el sendero de la verdad, cuando escuchó no muy lejos el latido de un cazón dormido, para escuchar con más claridad se fue acercando al origen de aquel conocido ruido y llegó a la entrada de un laberinto, donde más que palabras se escuchaba sólo el ronquido de alguien que parecía encontrarse dormido, entonces, escuchó lo siguiente:
Es mi mirada tan profunda y lejana, como mi anhelo de encontrar la paz interior, tengo mis pies descalzos y voy pisando el suelo con gratitud lozana, agradeciéndole al mar y a su suave y fina arena, que en este momento mágico, me libere de la condena que no me deja avanzar como yo quisiera; lo he hecho desde niño, de adolescente y lo hago ahora de adulto joven, ausente de orgullo aunque no presumido.
Estoy aquí, viendo el horizonte, contemplando el maravilloso atardecer de este hermoso día que está por fenecer, aquí, cuando el sol aún muestra su poder y su grandeza, llenando mi alma de alegría, al pensar que sólo brilla para mí, recordándome, sí, con sus destellos dorados, que mi origen, por así desearlo el Creador, tiene mucho que ver con el mar y su pureza.
Más he de reconocer que parte de mi naturaleza, en ocasiones riñe con lo divino, pues siendo el mundo con su rudeza, generador de incertidumbre y caos, por ser necio y cerrado de cabeza, pues me gana la pereza en mi quehacer.
¡Crece! me dijo el filósofo que vive en mi conciencia y me aconseja, crece y desarrolla la plena conciencia para despertar de la torpeza de no utilizar las habilidades y destrezas con las que me dotó de sobresaliente inteligencia, que se encuentra en pausa indefinida, y escuchando con tristeza y con vergüenza, le contesto: Si alcanzar el desarrollo de la virtud de la conciencia plena, seguramente sería un extraño en esta tierra que le rinde culto a la apatía, prefiero navegar llevando al timón a un ciego y hablador lleno de fantasía, que enfrentarme al miedo de conocer la verdad que hace al libre pensador, porque qué barco pudiera navegar a contracorriente sin agotar toda su energía, antes de llegar a la otra orilla.
Dormir pues en la complacencia de que se vive en un mundo feliz, dejando atrás el potencial creativo y la buena salud mental, seguir negándose a conocer la verdad que nos hace libres de ataduras y mentiras, despertar a la realidad para tener un nuevo inicio y poderse reinventar; humildad y nobleza, amor por sí mismo y el prójimo, pero sobre todo amar a Dios, porque el origen del hombre se debe a su infinita bondad.
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