Me bastan unos minutos por la mañana para mirar a través de la ventana, y contemplar cómo aquel labrador urbano renueva su alianza con la madre tierra; sin duda, muchos años atrás hacía la faena campirana a gran escala, pero ahora, sólo le queda el trabajo de esa pequeña parcela, la cual, cuida con esmero, preparándola para la siembra, deshierbando en ocasiones y aflojando el terreno en otras; y es tan obsesivo en su ritual, que siempre inicia la labor a la hora acostumbrada, poco antes de salir el sol; siempre observo cómo prepara la herramienta de labranza, ah, y nunca olvida llevar colgado del brazo el cordón que sujeta la jícara con el agua, y más con estos calores de cuarenta grados que deshidratan a cualquiera.

Me bastan unos minutos para escuchar a través de la ventana, el canto melodioso del ave, a la que en mi infancia llamábamos primavera, no hay otro placer auditivo tan glorioso, que el de recibir el anuncio de la llegada de un maravilloso día.

Me bastan unos minutos para asimilar con alegría, las bendiciones que el Señor reparte a los que despertamos, todos los días, glorificando su nombre y agradeciendo su simpatía.

El labrador urbano se mueve dentro del eterno cuadro de pintar, más, nunca ha tenido la osadía de abandonar tan pintoresca y tradicional escena, porque sabe que al perder la costumbre de labrar, la bendita tierra, a su vida y a sus esperanzas, se las habrá de tragar.

Me bastan unos minutos, para saber dónde estoy… estoy parado frente a la ventana para poder despertar.

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