Y en aquel silencio, de aquel espacio, de aquel momento, de ese desafortunado día, de matices grises, de noches frías, de olvido recurrente, de miradas tristes, acompañadas por sonrisas fingidas, de fortalezas quebrantadas por las debilidades evidentes, de un tiempo inexistente, en la vida de una fantasía que se apaga, que se ahoga, que se muere cuando no se aferra el ánimo; al lamento, al pronunciar que a pesar de todo lo narrado no pasa nada.

El duelo de las culpas y los arrepentimientos, aparece, pensando que se es importante, al sostener una mentira que te hace sentir valiente, cuando se es cobarde y la verdad escapa, al sentir que pesa más la sombra de la imagen de la nostalgia y la melancolía, que la de un ser con el alma derrotada.

El duelo no es de ideas, es de costumbres sin salida, de sueños convertidos en funestas pesadillas, que habitan en la oscuridad de los temores sembrados en la infancia.

El duelo es por la pesadumbre de no alcanzar la cumbre del ideal que merecías, por dejarte abandonar, al sentir la soledad generada por la incertidumbre de no saber amar como quieren los demás que los ames, para con ello, ser la lámpara que ilumine lo que vas dejando atrás, sin dejar de brillar en el presente, para seguir de frente al encuentro de la anhelada eternidad.

El duelo está en tu mente cargada de negatividad, que riñe a cada paso con la idea de ser igual a los demás, por sentirte diferente; ahora, si has de llorar, llora, porque en cada lágrima se van las penas pasadas y las que has acumulado en el presente, y no te han dejado disfrutar la vida que te obsequió Dios omnipotente.

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