“Haced cumplido mi gozo, sintiendo todos una misma cosa, teniendo una misma caridad, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos, no haciendo nada por tema, no por vanagloria: sino que cada uno por humildad mire como superiores a los otros, atendiendo cada cual no solamente al bien de sí mismo, sino a lo que redunda en bien del prójimo. Porque habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo.” (Filipenses 2:2-5)

Todo se ha hecho como en familia, cada uno viendo al otro como su hermano, dejando que su corazón hable con la verdad, ¿Qué se te ha ofrecido que vaya más allá que el interés de servirte con humildad, y ver reflejada la misma en tu humanidad como algo implícito que llevan los hijos de Dios? Sin duda que el amor de Jesucristo, que es extremadamente contagioso; cuando su palabra encuentra un corazón limpio, se queda a radicar en él y da abundantes frutos.

Mira en los ojos de sus elegidos la luz de la infinita misericordia, de alguna forma u otra, su alma fue sensibilizada al grado de querer hacer el bien, sintiendo con ello el estar alimentando al espíritu, para que con la bondad de sus actos pueda ganar la gloria de Dios.

Escucha en las palabras de los corazones afligidos por la desgracia ajena, la cálida consolación para abrazar la pena que ensombrece la vida de los que nacieron libres, y ahora se encuentran cautivos de las emociones mortificantes.

Nada ha ocurrido por casualidad, en este encuentro de amor en Cristo, la atracción ha sido mutua, del que necesita la paz interior, y del que sobradamente irradia energía para sanar cualquier herida del alma.

Señor, cuando viniste a mi encuentro y me sanaste, me pediste que no le contara a nadie del milagro que habías obrado en mí, pero, cómo se puede callar a un corazón agradecido, cómo evitar que la fe deje de generar la necesidad de entregarse al prójimo.

Los que han logrado despertar de su letargo espiritual, podrán asimilar tu sabiduría, los que aún se encuentran en la oscuridad, seguirán negándote, seguirán persiguiéndote, seguirán crucificándote.

Señor mío y Dios mío, tu pueblo clama paz, ilumina los corazones de los que se empeñan en desviarse del buen camino, ve a su encuentro y cambia su vida.

Dios bendiga a nuestra familia con salud, paz y amor. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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