“Antes bien, aquellos miembros que parecen los más débiles del cuerpo, son los más necesarios. Y a los miembros del cuerpo que juzgamos más viles, a esos ceñimos de mayor adorno; y cubrimos con más cuidado y honestidad aquellos que son menos honestos. Al contrario, nuestras partes o miembros honestos, como la cara, manos y ojos, etc., no han menester nada de eso; pero Dios ha dispuesto tal orden en todo el cuerpo, que se honra más lo que de suyo es menos digno de honor, a fin de que no haya cisma o división en el cuerpo; antes tengan los miembros la misma solicitud unos de otros. Por donde si un miembro padece, todos los miembros se compadecen, y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él. Vosotros, pues, sois el cuerpo místico de Cristo, y miembros unidos a otros miembros” (1 Corintios 12:22-27)
Me duele tu dolor, porque pertenecemos a un mismo cuerpo, no importa dónde te encuentres, de que raza seas, que idioma hables, tu dolor es mi dolor y el dolor de nuestra comunidad, igual nos hace sufrir y experimentar una profunda tristeza; cada terrible acontecimiento que experimenta nuestro mundo, nos habla del fracaso de nuestra raza por vivir en paz y en armonía; no hay conflictos pequeños ni grandes, sólo hay conflictos, y estos ponen en evidencia nuestro enojo con nosotros mismos y en evidencia, la lucha interior de todos los tiempos, no acabamos de comprender por qué tenemos que estar el uno contra el otro, de cómo en la propia familia, surge la inconformidad por las múltiples diferencias que encontramos, al no reconocernos como partes de un mismo cuerpo místico, donde el amor, es la respuesta para todos nuestros males, pero, todo el tiempo le hemos temido al amor, porque este nos lleva por consecuencia a la renuncia de sí mismo para darse a los demás.
¿Quién es más importante en la vida? ¿El hombre, la mujer, el niño, el anciano, la madre, el padre, o el hijo? ¿El campesino o el profesionista? ¿El político, el empresario o el obrero? Nadie es más que otro a los ojos de Dios, pero, ¿cuántos de nosotros nos hemos sobreevaluado por nuestra ambición? ¿Cuántos de nosotros hemos devaluado a nuestro prójimo, debido a nuestra mezquindad, a nuestro egoísmo? y ¿Cuántos, sin haber tenido la oportunidad de explorar su potencial, nacen ahora sin esperanza, esclavizados por una sociedad que se va olvidando poco a poco del verdadero significado de la vida?
El Papa Francisco nos advertía, al principio del año 2015, de “La globalización de la indiferencia”, hemos sido testigos de tantos eventos catastróficos en el mundo y nuestra respuesta siempre ha sido parcial, la mayoría de las veces, políticamente protocolaria, una solidaridad a medias, amparados en nuestras propias desgracias y en el abandono e indiferencia en la que nos encontramos, olvidándonos de que nuestra mayor fortaleza radica en la Fe, y nuestra mejor herramienta para mover la gran fuerza de la humanidad es la oración, pero para ser escuchados, debemos de tener un corazón fortalecido por el amor a Dios y a nuestro prójimo.
“Viniendo después Jesús al territorio de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el hijo del Hombre? Respondieron ellos: Unos dicen que Juan el Bautista, otros Elías, otros, en fin, Jeremías, o alguno de los profetas. Díceles Jesús: Y vosotros. ¿Quién decís que soy yo? Tú eres el Cristo, o Mesías, el Hijo de Dios vivo”. (Mt 16:13-15)
Oremos por la paz de nuestra familia, de nuestro estado, de nuestro país y del mundo. Oremos por la paz en nuestro corazón.
Bendice Señor a nuestra familia, y bendice todos nuestros Domingos Familiares.
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