“Sí, yo, ¡oh Señor!, te decía: Mi pie va a resbalar, acudía a sostenerme tu misericordia. A proporción de los muchos dolores que atormentaron mi corazón, tus consuelos llenaron de alegría a mi alma” (Salmo 93:18-19).

No es lo mismo caer solo, que caer contigo. Sí, como quiera existe el dolor, y en ocasiones, este no es repartido por partes iguales, mucho depende de qué te duela, si tu caída no fue voluntaria o si te ayudaron a caer, también importa el motivo que predispone al hecho de caer, lo mismo importa si caes sobre una superficie acolchonada o su caes al duro suelo, pero tal vez el caer no sea del todo malo cuando hay de por medio una lección; en mis caídas, que por cierto han sido varias y por diversos motivos, siempre me han dejado un enseñanza, algunas veces más dolorosas unas que otras, pero algo que jamás me ha faltado ha sido el acompañamiento de Aquél que me ofrece la mano para levantarme y que de alguna manera u otra, refleja la voluntad divina de un Padre Celestial que nos invita siempre a ayudar al que lo necesita, y esa ayuda desinteresada siempre está cimentada en el amor a Dios y el amor por nuestro prójimo.

“Tan cierto es que muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22:14). Has de conocer cuánto duelen las caídas o si el dolor más grande es aquél que las motiva, pues es bien sabido que las heridas de la carne cicatrizan con el tiempo, más las heridas del espíritu requieren para sanar de la misericordia y del perdón de aquellos a los que hemos hecho daño y causado dolor. En verdad les digo que en estos momentos el Señor está conmigo y ha estado siempre en todas mis caídas y en cada una de ellas me ha levantado con amor y ha fortalecido mi fuerza y mi fe, para restaurar mi integridad y de esta manera seguir siendo un eterno aspirante a formar parte de sus escogidos.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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