“Y se oyó esta voz del cielo: Tú eres el Hijo mío querido; en ti es en quien me estoy complaciendo. Luego después el mismo Espíritu le arrebató al desierto. Donde se mantuvo cuarenta días y cuarenta noches. Allí fue tentado de Satanás; y moraba entre fieras, y los ángeles le servían” (Mc 1: 11-13)
Suelo caminar por el desierto de mi mente en busca de la paz, pero sé bien que al hacerlo, esto podría ponerme en contacto con la posibilidad de experimentar la tentación de pecar de muchas maneras; ante tal incertidumbre, seguro habrá quienes no se aventuran a pasar por dicho trance, y a la vez me pregunto si yo, por andar por caminos sinuosos ¿no estaré buscando enfrentar mis debilidades para saber de qué naturaleza estoy hecho? Mi Señor conoce mi corazón, podría asegurar que es el único que lo conoce bien, y si se me invita a pasar por dicho trance, ha de ser porque sabe que puedo salir bien librado, y más, si él me acompaña para darme fuerza y vencer a mi enemigo.
Hay quienes se dicen ser benevolentes con sus hermanos, más su visión suele ser tan pobre, que no ven más allá de lo que quieren ver, ya sea porque reconocen en ello una obra buena, pero no ven demasiado lejos y en su paso por la arena, logran dañar a los que piensan que no merecen misericordia, ya sea porque los ven y los sienten pecadores, o porque en su corazón guardan un sentimiento de odio o resentimiento, porque para ellos sólo se salvará quien más obras haga para halagar al Señor.
“Que, si no amáis sino a los que os aman, ¿qué mérito es el vuestro? Porque también los pecadores aman a quien los ama a ellos. Y si hacéis bien a los que bien os hacen, ¿qué mérito es el vuestro? Puesto que aún los pecadores hacen lo mismo” (Lc 6:32-33).
Dios permita que en nuestra intención de hacer el bien, no dejemos fuera de nuestra obra, a aquellos que también necesitan de nosotros, que no sea más grande el odio o el rencor, que el amor de Dios por nuestro prójimo.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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