“Escucha, ¡oh Señor! mis voces, con que te he invocado; ten misericordia de mí y óyeme. Contigo ha hablado mi corazón; en busca de ti han andado mis ojos. ¡Oh, Señor! tu cara es la que yo busco” (Salmo 6:7-8)
Señor, estas aquí. Le hablé a mi Dios con el corazón, y emocionado pude sentir su presencia; pocas veces he visto a esta persona, coincidencias muchas, es una dama de condición humilde, de origen pueblerino, la misma edad que mi madre, con escucha disminuida por el mismo motivo, pero de voz clara y directa, vestida con elegancia, y mente brillante, con un gran parecido, pero diferente. Hablamos de su padecimiento, pero no con amargura, sino evidenciando una actitud de agradecimiento con el Creador, por haber librado tantos eventos de salud en tan poco tiempo; sentí una conexión especial, como si nos conociéramos desde hace tiempo, en una pausa pensé, que habiendo tenido 5 años de no escuchar la voz de mi progenitora, esto desde que mi madre perdió el habla debido a un evento vascular cerebral, hoy estaba ante una maravillosa experiencia de fe, hablando con ella; al salir de mi cavilación, pensé también que era mi deseo tan grande el poder hablar de nuevo con mi madre, que el Señor me daba esa oportunidad a través de otra persona. Al término de la consulta, la dama y su acompañante agradecieron el trato recibido, me tendió la mano y pude observar que sus pulgares eran idénticos a los de mi madre.
Dios nos escucha y nos habla de diferente manera, pero siempre responde a nuestro llamado; es necesario mantener la fe, y caminar junto a Él, escuchando con devoción su Evangelio, porque todo cuanto le pidamos se nos dará.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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