“Os digo que ha este modo habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente, que, por noventa y nueve justos, que no tienen necesidad de penitencia” (Lc 15-7)
Habrá de ser injusto a los ojos de Dios el hecho de negarse a ser feliz cuando siempre ha sido su propósito el que lo seamos, no en balde ha dispuesto todo lo necesario; y más injusto resulta el hecho de sentirse impuro para merecerlo, al sentirse marcado, y rechazar con ello el perdón que el Señor nos ofrece si creemos en él y nos arrepentimos de corazón de nuestros pecados.
¿Cuántos de nosotros renunciamos anticipadamente a ser salvos, pensando que no podemos cambiar de rumbo para evitar los errores que cometemos al paso de nuestra vida? ¿Cuántos preferimos callar o quedarnos rezagados, para que nuestro mal proceder se vea sólo como una vil costumbre?
¿Cuántos de nosotros fingimos no escuchar cuando sentimos el peso de la verdad que acompaña a las palabras de Jesús, al advertirnos de lo fácil que es caer en la tentación de juzgar, de ofender, de herir a nuestro prójimo? ¿Cuántos más, fingimos no ver al que nos necesita e implora por nuestra misericordia?
El pecado no es en sí mismo lo peor que nos ocurre, más doloroso resulta saber que podemos arrepentirnos y ser perdonados, y nos negamos a creer que Jesús tiene el poder de absolver nuestras culpas y el poder de hacernos cambiar para bien si le permitimos entrar en nuestro corazón.
¿Acaso no hemos entendido que bueno es sólo Dios? ¿entonces, por qué estamos prestos a tirar la primera piedra para castigar al que consideramos pecador? ¿Acaso sólo vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga que tenemos en el nuestro?
Acojámonos a la misericordia de Dios, busquemos el camino de la santidad que no resulta sólo beneficio de los más cercanos a la voluntad divina, sino de los que necesitamos del perdón para estar en gracia de Dios.
Dios bendiga a nuestra familia, permanezca en nuestro corazón para estar prestos al llamado del Señor. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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