Se afirma que hay un poder dentro de cada persona que nos dirige a lo más alto del potencial humano. Es un tipo de inteligencia o capacidad que no se enseña en ninguna escuela; sin embargo, llega en algún momento de nuestra vida. Algunos lo llaman una propuesta novedosa, un destello de creatividad, un proyecto que nos interesa desarrollar, una solución de algún problema, algún pensamiento que nos invite a la reflexión, un instante de inspiración, entre otros. Esta forma de talento surge, por lo general, cuando permanecemos largo tiempo concentrados en algún tema en especial, y nos sentimos extremadamente motivados. Entonces, de manera sorpresiva, las ideas nacen de nuestro inconsciente, y en ocasiones hasta sentimos tener una “habilidad especial”. En efecto, cada uno posee un talento que nos inspira; unos lo denominan creatividad.

 Seguramente nos hemos preguntado, qué hicieron diferente los grandes descubridores en diversas disciplinas, en comparación con lo que haríamos nosotros en esta etapa de nuestra historia. Hoy en día, tenemos a nuestro alcance diversas herramientas para lograrlo; por ejemplo, ellos dedicaban gran parte de su tiempo a la observación y el análisis, anotando cuidadosamente sus descubrimientos. Sin embargo, ahora estamos en un claro conflicto con el tiempo, percibimos que transcurre aceleradamente, o que tal vez nos parece que se han eliminado minutos al día. El mundo actual nos lleva a un sinfín de distracciones que, casi sin darnos cuenta, hacen que la parte ingeniosa de nuestro intelecto se esfume, y solemos quedarnos sin respuestas.

Al remontarnos a nuestro origen, como suelo hacer en mis artículos. La evolución que enfrentamos y experimentamos como especie, en gran medida se debió a la “observación y aprendizaje”, habilidades que nos permitieron descubrir reglas fundamentales y dar forma a este largo caminar de la existencia. El cerebro fue el gran protagonista, permitiéndonos desarrollar capacidades cognitivas como la memoria, el razonamiento, y la creatividad, que fueron clave para que el “homo sapiens” pudiera crear lenguaje, cultura, tecnología y, finalmente civilización.

Sin duda, los grandes personajes de la historia supieron aprovechar al máximo esa capacidad de observación y aprendizaje que, tristemente hoy, parece faltar. Sus mentes, inquietas y curiosas, estaban ávidas de desarrollar sus ideas y encontrar en algunos casos cómo lograr la transformación y el avance de la humanidad. A través de la dedicación y el esfuerzo, supieron escuchar esa voz creativa de su intelecto, alcanzaron el nivel más alto de competencia en sus especialidades.

Lo anterior, me lleva a realizar la pregunta obligada: ¿Por qué esa forma de poder e inteligencia -que también podemos llamar creatividad-, parece desvanecerse?  Esto nos invita a pensar que la respuesta pudiera estar influenciada por mitos, como la creencia de que este talento solo surge en personas predestinadas a conseguirlo; aun así, toda persona tiene el potencial para conseguir la excelencia.

Esta sensación, denominada “maestría”, por Robert Green, nos permite tener un mayor control sobre la realidad. Al seguir un proceso sencillo, accesible para todos, podemos alcanzarla; solo necesitamos aplicar la “observación y el aprendizaje”, tal como sucede cuando enfrentamos un trabajo nuevo que constituye un reto y requiere toda nuestra concentración, para adquirir dominio y desempeñar mejor nuestra función.

Existen diversas formas de encontrarnos con “esa realidad”, a través de la “observación y el aprendizaje”. Robert Green menciona que, cuando somos niños, nuestros padres a veces nos regalan algo que puede tener un significado profundo en el futuro. Uno de los ejemplos que destaca, es el de Albert Einstein, a quien, a los cinco años, su padre le regalo una brújula. Le maravillo de inmediato, y aún más cuando notó que la aguja cambiaba de dirección al mover el objeto. La idea de que una fuerza magnética invisible para los ojos humanos pudiera existir en el mundo lo hizo reflexionar profundamente. A lo largo de su vida, Einstein recordaría esa brújula, que motivó su fascinación inicial. Yo también tuve una experiencia similar cuando, a los ocho o nueve años mi mamá me regaló una máquina de escribir (que todavía conservo). Me preguntaba si escribir es una forma de expresar quienes somos o lo que de verdad sentimos.

Lo que realmente importa en estos momentos es concedernos el tiempo para concentrarnos intensamente en nuestros proyectos, ya sea en la solución de un problema, el despertar de un pensamiento, o en aprender a pensar por nosotros mismos de distinta manera. Al seguir el camino de hacer las cosas con habilidad, aprendemos a manejar situaciones complejas, y nos convertirnos en “Homo magister”, en maestros de nuestra propia vida, es decir, en personas excelentes en lo que hacemos. De tal manera, que si omitimos estos pasos, nos volvemos esclavos del tiempo y prisioneros de las opiniones y temores de los demás. Nos transformarnos en exploradores distraídos, incapaces de analizar detenidamente, dependiendo únicamente de una trascendencia limitada.

La dedicación, el aprendizaje y la paciencia son claves para el desarrollo de habilidades. Independientemente de cuándo ocurra, lo importante es que todos tenemos la capacidad de alcanzar la maestría si dedicamos el tiempo necesario y cultivamos una mente abierta al aprendizaje constante, lo que nos permitirá lograr la excelencia en lo que hacemos. Para algunas personas, esto sucede a una edad temprana; mientras que, para otras, en la segunda parte de su vida. Como afirma Robert Green “El cuerpo podía desgastarse, pero la mente sigue aprendiendo y adaptándose. Usar el tiempo es el ingrediente esencial de la maestría”. Aquí la verdadera pregunta es: ¿Como estamos usando nuestro tiempo hoy para alcanzar nuestra propia maestría?

El camino hacia la maestría es para todos, no es cosa de suerte, requiere perseverancia. Aunque puede parecer complicado, es un trayecto posible de recorrer. Requiere de constancia para lograr nuestro propósito y la fuerza necesaria para enfrentar los desafíos. Este proceso es mucho más valioso que poseer facultades mentales extraordinarias, porque lo que verdaderamente cuenta es la dedicación, el esfuerzo y la pasión que aplicamos a lo que hacemos. Si entendemos esto, entonces, creo que podríamos transformar el mundo en un lugar diferente para todos.

La esencia del pensamiento aristotélico refiere que: “La excelencia nunca es un accidente; siempre es el resultado de una alta intención, un esfuerzo sincero y una ejecución inteligente; representa la sabia elección de muchas alternativas. La elección, no la casualidad, determina tu destino”.