“Pues sin fe es imposible agradar a Dios; por cuanto el que se llega a Dios debe creer que Dios existe, y que es remunerador de los que le buscan” (Hebreos 9:6)

Mi fe, tal vez siempre la tuve, pero no había tenido plena conciencia de lo que significaba, no sólo fue el hecho de conocer la Palabra de Dios, sino lo que la Palabra estaba obrando en mi interior, imprimiéndole a mi vida una fuerza desconocida, que lo mismo me impulsaba a ejercer mi protestad con responsabilidad, como a detenerme para evitar actos de injusticia.

Mi fe se identificó también con la fe de los que me aman, porque también habían sentido la fuerza que los impulsaba a obrar con bien y para bien; la fe es la gracia recibida, para cuidar el espíritu y mantener saludable al cuerpo que lo contiene, la fe es vigilante del orden generador de bienestar universal, es la semilla sembrada por nuestro Salvador, en el corazón que se nutre del amor del Padre para germinar en nuestro interior y dar abundantes frutos y así vivir en armonía con toda la creación conservando la paz interior y exterior.

Creo en Dios, por eso mi fe tiene rumbo y sentido, sin mi fe, jamás hubiese tenido la gracia de sentir a Dios en mí, quien me ha hecho un instrumento capaz de reconocer su poder, pero sobre todo, de sentir el gran amor que tiene por sus hijos.

“A quien amáis, sin haberle visto; en quien ahora igualmente creéis, aunque no lo veis; mas porque creéis os holgaréis con júbilo indecible y colmado de gloria, alcanzando por premio de vuestra fe la salud de vuestras almas” (1 Pedro 1:8-9)

Señor, tú sabes que te amo, no te alejes de mí, quédate conmigo, en mi hogar, en mi familia, en mi trabajo, en la tierra que nos obsequiaste para vivir y experimentar la conversión que se requiere para acceder a la vida eterna.

Dios bendiga a nuestra familia, bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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