“Pedid, y se os dará: buscad, y hallareis: llamad, y os abrirán” (Mt 7:7)

Jesús nos invita en todo momento a estar en comunicación con él cada vez que necesitemos de su amada compañía, de su comprensión y de su auxilio para resolver nuestras tribulaciones; quien pide su intervención, sin duda encontrará una amorosa respuesta; quien solamente piensa en la posibilidad de que Jesús pudiera auxiliarlo, pero su fe es demasiado pobre, tendrá que ir a su encuentro, o mejor, sabiendo nuestro Señor de la pesada cruz que llevamos a cuestas, él irá a nuestro encuentro, para aligerar su peso; quien  solamente pensó en la ayuda de nuestro salvador, pero,  al no tener fe en su misericordia, podría, en su desesperación, llamarlo de corazón, Él sin duda abrirá el suyo, para entregarle todo su amor.

La comunicación es también una herramienta fundamental para fortalecer las relaciones humanas; cuando nos cerramos al diálogo, o cuando nos negamos a escuchar a nuestro prójimo, ya sea por sentir que sus palabras nos agravian o por considerar que sólo habla palabras necias, el rechazo genera un quebranto espiritual, que daña por igual al que habla, como al que no quiere escuchar.

El fracaso en muchas relaciones, otrora armoniosas, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, esposos o amigos, se debe, la mayoría de las veces, a la falta de comunicación o a una comunicación que se da entre sordos; los resentimientos suelen ser malos consejeros para tener una sana y armoniosa comunicación.

¿Por qué dejamos de escuchar a nuestros padres? Tal vez, porque los consideramos demasiado viejos como para entender nuestras necesidades, o tal vez, porque en algún momento crucial de nuestra vida, acudimos a ellos y no tuvieron tiempo para escucharnos. ¿Por qué dejamos de hablarnos entre hermanos? Si bien es cierto, que ni los dedos de la mano son iguales, ¿cómo podríamos esperar que no afloren las diferencias entre hermanos, sabiendo que cada ser es una entidad única e irrepetible? Qué decir de los esposos, que son entidades diametralmente distintas en su forma de ser y de pensar, a tal grado, que muchas relaciones fracasan, debido a la falta de conciliación de intereses y a la pésima comunicación que en ocasiones existe entre ambos. Igualmente ocurre con los amigos, que muchas veces, son movidos por empatías temporales y al no tener un sustento lo suficientemente sólido para evitar el rompimiento, con el tiempo, se desvanecen y se olvidan.

En cualquier tipo de relación, incluida nuestra relación con Dios, si no existe el verdadero amor, no habrá suficiente entrega; una comunicación sin amor no pasa de ser sólo un endeble puente tendido sobre la nada y todo aquello que se construye sobre falsos cimientos, caerá de la noche a la mañana.

Cuando hay amor verdadero, ningún otro sentimiento estará por encima de él, Jesucristo así lo ha dejado establecido, y con su sacrificio nos mostró el camino para pedir su auxilio, para ir en su búsqueda y para aspirar a que se quede con nosotros como amadísimo huésped de nuestro corazón.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos familiares.

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