Entonces, la esposa miró fijamente a su esposo y le dijo: Es bien cierto, que no hay hombre perfecto, pero pareciera que mis ojos ven más tus defectos que tus virtudes. El esposo, mirando al suelo, le responde a la esposa: Dices bien, no soy perfecto, porque perfecto solamente es Dios, más si me amaras como te amas a ti misma, pudieran sobresalir más mis pocas virtudes que mis defectos; o ¿qué acaso una madre ve defectos en sus hijos y por ello los rechaza? tal vez los reprenda por no ser como ella quisiera que fueran, pero es más grande el amor que por ellos siente, que como buena madre y buena hija de Dios, les perdona todos su defectos; o acaso, que siendo la mujer una buena hija, amorosa con sus padres, no llega a discrepar con estos, por tener en ocasiones ideas discordantes, o tomar decisiones diferentes, y esto es causa de descontento, más, nunca de separación, porque una buena hija nunca podrá olvidar que fue engendrada en el bendito vientre de su madre y que su padre fue generoso guía es su crecimiento, por eso, presto estará el arrepentimiento y de una manera u otra, pedirá perdón a sus progenitores; y qué decir del hermana, que creciendo junto a sus otros hermanos de sangre, se percató que todos eran diferentes, y por ello eran frecuentes los enojos y las discusiones  acaloradas, más, pasada la emoción que molesta, de nuevo se reunirán en el juego como si nada hubiera pasado. ¿Por qué entonces la esposa tendría que ver de manera diferente a su esposo? ¿Acaso por no tener la misma sangre? La verdadera unión entre las personas no tiene nada que ver con el hecho de que corra por sus venas y arterias la misma sangre, sino con el amor que ha predicado Jesucristo, que, como Cordero de Dios, derramó su bendita sangre para que ésta no hiciera la diferencia que dividiera la humanidad, sino que diera a la misma, a través de su amor y el Espíritu Santo, la unidad indisoluble ente hombres y mujeres con el sacramento matrimonial, aceptando ante el altar que ambos tendrían la capacidad de poder vivir en armonía y en santa paz viendo el uno por el otro en las buenas y en las malas.

Importante resulta que tanto el hombre como la mujer encuentran más coincidencias que diferencias en cualquier relación que emprendan, para que cuando lleguen al altar y acepten la alta responsabilidad de formar un hogar, el amor de Cristo les permita ver con el corazón y no con los ojos de la desconfianza, porque existiendo la duda, es preferible madurar primero pidiendo la intervención del Espíritu Santo para que ilumine con su sabiduría a los futuros cónyuges.

Entonces la mujer observando fijamente a su esposo le dijo: Yo te acepto como mi esposo con tus virtudes y tus defectos, porque si estos no existieran, nuestra unión sería tan monótona que terminaría. El esposo mirándola a los ojos le dijo: En verdad, en verdad te digo, que Dios siempre ha estado con nosotros, en nuestro hogar, con nuestra familia, y nos ha mostrado el camino, la verdad y la vida.

Dios bendiga a nuestra familia, y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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