“No queráis engañaros a vosotros mismos: Dios no puede ser burlado. Así es que lo que un hombre sembrare, eso recogerá. Por donde quien siembra ahora para su carne, de la carne recogerá después la corrupción y la muerte; más el que siembra para el espíritu, del espíritu cogerá la vida eterna. No nos cansemos pues de hacer el bien; porque si perseveramos, a su tiempo recogeremos el fruto” (Gálatas 6:7-9).

¿En dónde está la falla? El origen es divino, pero una vez que se conoce al mundo, el mundo no dejará de tentarte para ser del mundo y no de Dios.

Cuántas frustraciones puede enfrentar aquella persona, que en la infancia escuchó un cuento maravilloso sobre la vida, vivió con la ilusión de permanecer dentro de ese contexto, idealizando que la felicidad se encontraba ahí, bastándole para disfrutar de ella, el formar parte de los personajes la historia.

Muchas ocasiones buscamos la soledad para tratar de poner en orden nuestra vida, otras veces, la soledad llega sin invitación, cuando empezamos a quedarnos solos por despedir de nuestra vida a nuestros seres amados. ¿Quién nos dijo que éramos perfectos? Los que tenemos plena conciencia, sabemos que perfecto solamente es Dios, y al hombre no le bastará una vida, para alcanzar a perfeccionar, aquello que no le permite llegar por lo menos a tener una leve semejanza al Señor.

Ella lloraba su soledad, nunca la deseó, no de esa manera, nunca superó los efectos adversos de pasar de la fantasía a la realidad, siempre se ha preguntado qué fue lo que pasó, para ello buscó a sus padres y les preguntó: ¿Qué me pasó, porqué soy tan infeliz? ¿Por qué me volví tan exigente conmigo misma? La madre le contestó: Yo siempre quise que fueras una princesa, que no te faltara nada, para mí siempre fuiste la más hermosa, la más inteligente, me sentía orgullosa de ti y tú disfrutabas mis halagos, nunca me percaté que en ello te estaba induciendo a ser muy competitiva, pues ser la mejor en todo, requería no sólo de un gran esfuerzo, sino de grandes sacrificios como el de no poder disfrutar a plenitud tu niñez, tu juventud. Ella volteó a ver a su padre y le hizo la misma pregunta, y el padre le dijo: Yo sólo quería que tu madre fuera feliz, ella parecía estar disfrutando todo aquello que a su vez le parecía que a ti te hacía feliz, te veía sonreír y veía sonreír a tu madre, y eso me hacía feliz a mí. Me enorgullecía verte triunfar, pero se me olvidó que en la vida no todo se resuelve con llegar a obtener éxito; cuando me percaté de que la competencia se estaba volviendo obsesión y cómo ésta te estaba afectando físicamente, quise detener el proceso de lo que por mucho tiempo pensamos era lo ideal para ti, de hecho, reconozco que me faltó tener más energía para detener la idea tan arraigada de pensar que las personas son así porque nacen siendo así. Cuando llegó el momento de que tomaras tus propias decisiones, decidimos dejarte libre, bastante mal te habíamos hecho con tratar de dejarte seguir soñando que la vida es un cuento fantástico donde al final, a las princesas siempre les va bien, fue entonces cuando decides buscar a tu príncipe, encerrada en ti misma como estabas y pensando que a las personas buenas, inteligentes y exitosas siempre les iría bien, no contabas que en la historia de tu cuento no todos los personajes pensaban igual que tú, y tu príncipe resultó ser un espejismo que se había abandonado a las cosas del mundo y se había olvidado de Dios. Al ver nuestro Señor tu sufrimiento te preguntó qué te podía hacer  feliz y sin titubeo le pediste un hijo, dijiste que lo querías para darle todo tu amor y para alejarte de la soledad que nunca deseaste, y te entregaste en cuerpo y alma a tu hijo y cuando éste tuvo conciencia, le platicaste un cuento maravilloso, pero en esta ocasión, cuidaste el no inculcarle  el hecho de ser muy exigente consigo mismo,  muy temprano le diste el libre albedrío y lo dejaste tomar sus propias decisiones, te urgía que fuera feliz, y conociendo éste las cosas del mundo, le empezaron a agradar, y más si las podría obtener con tanta facilidad, descubriendo en ello, que tenía poder sobre ti, olvidando el mandamiento de honrar a su padre y a su madre, el pequeño príncipe se volvió tirano y tu pasaste de ser madre a ser una esclava; para entonces tu bondad se convirtió en ira, tu inteligencia en intransigencia  y tu dulzura en amargura. Cuando parecía que habías perdido toda esperanza de recuperar tus anhelos de ser feliz, decides hablar con Dios para preguntarle que te había pasado, entonces en Señor habló y dijo: Hija mía, ¿acaso un padre puede abandonar a sus hijos? Yo estoy aquí contigo,  a pesar de que tú te has alejado de mí, llamaste y te he escuchado, no me agrada verte sufrir, quiero obsequiarte tres regalos, el primero se llama perdón, perdónate y perdona a los que te han ofendido; el segundo, es ámate a ti misma y ama a tu prójimo con el mismo amor con el que yo te amo; y el tercero, sanaré todas tus heridas, regresaré a ti la bondad, la humildad y todo el amor que mereces, dejarás de ser una princesa para ser mi hija muy amada, porque para mí no hay imposibles, solamente te preguntaré una cosa: ¿Crees en mí?  Y ella contestó: Sí, Señor, tu sabes que creo en ti y sabes que te amo.

Nunca perdamos la fe en Dios, habla con él y te escuchará, te ayudará a sanar todas tus heridas, te regresará la paz y regresará la armonía a tu vida.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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