“Así, pues, el que de verdad ama la vida, y quiere vivir días dichosos, refrende su lengua del mal, y sus labios no se desplieguen a favor de la falsedad. Desvíense del mal y obren bien; busque con ardor la paz y vaya en pos de ella. Pues el Señor tiene fijos sus ojos sobre los justos, y escucha propicio las súplicas de ellos, al paso que mira con ceño a los que obran mal” (1 Pedro 3:10-12)

Estando tan cerca la celebración de la Navidad, aún se escuchan muchos lamentos por aquello que pudo ser y no fue, por lo que se tenía y se perdió, por lo que se esperaba y no llegó. No son estas fechas para estar tristes o lamentarse, son fechas para alentar la esperanza y renovar la fe en Cristo Jesús. Si analizamos bien las cosas, podemos apreciar, que lo mejor de todo sigue siendo nuestro, que tenemos el mejor aliado con nosotros, y que seguimos siendo favorecidos por la voluntad de quien se desprende todo cuanto acontece en este mundo.

Todos en un momento de nuestra vida, podemos sentirnos en desventaja, en comparación con otros hermanos, al valorar lo que poseemos en esos momentos, podemos ser víctima de sentimientos mezquinos como la envidia, el resentimiento, la ira y la venganza; se nos olvida que mucho de lo que nos está ocurriendo, ha sido porque nos olvidamos de proceder con humildad, con honradez, pero sobre todo, con falta de amor por nosotros mismos y para los demás.

Muchos personajes encumbrados, valiéndose de prácticas deshonestas, y evidenciando su falta de amor por el prójimo, se han empeñado en hacernos creer que la vida es como estar en una jungla habitada por fieras salvajes, donde todos debemos desconfiar de todos y donde debemos luchar sin escrúpulos, por alcanzar una posición privilegiada, desde donde podamos controlar y manipular las cosas a nuestro favor, por lo general, generando  temor a  aquellos que consideramos más vulnerables y en ocasiones, incluso, generando terror al violentar sus derechos humanos.

“Por cierto, de qué le servirá a un hombre el ganar el mundo entero, ¿si pierde su alma? Y una vez perdida, ¿por qué cambio podrá rescatarla? (Mc 8:36-37).

El don más preciado que nos ha obsequiado Dios es la vida; el que ama a Dios, ama la vida y deberá disfrutar de ella obrando bien, para que el bien que genere, también cause alegría a aquellos con los cuales vive y convive.

Señor, no permitas que me aferre a las cosas materiales de este mundo, para que mi felicidad no dependa de ellas, dame sabiduría para saber cómo emplearlas cuando lleguen a mi vida y sirva como instrumento para servir a mi prójimo.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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