DOMINGO FAMILIAR

“Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo aquél que vive y cree en mí no morirá para siempre: ¿crees tú esto? (Jn 11:25-26)

Qué fugaz resulta ser el pensamiento, cuando eludir el tema del motivo de la existencia le es indispensable, pretextando que el cuerpo empieza  a cansarse  y al no encontrar una respuesta para estarlo, inquieto, contesta el espíritu siempre bienaventurado y le exige al cuerpo despertar del sueño anquilosante, de la perenne y gris pesadilla de la edad y el límite que ésta trata de establecer, para dejar de ser quien se es, para dejar de crear la obra que aún no se termina, esto, para no seguir con la creación de lo que se significó en su vida y que en ello, habría de dejar un testimonio para el registro de su paso por la historia de esta humanidad, que por cierto, se empeña en desaparecer, por mal interpretar la Ley de Dios en la materia, condenándose a no ser recordado por no exhibir en su paso por la vida, ni pena, ni gloria. Más, en aquél que ama de verdad al Señor su Dios y a su prójimo, se podría escribir otra historia, porque todo lo que no permite trascender, deberá de dejarse al paso, a la vera del camino, para que se vislumbre a plenitud la construcción maravillosa de un destino, que pueda llevarnos más allá de lo que se conoce como muerte; de tal suerte, que se llegará al final de los días, sintiéndose sano y fuerte de mente y espíritu, para reiniciar el camino a una nueva vida, para gozar con Jesucristo en la eternidad prometida.

¡Oh, Señor! Creo en ti, en que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido a este mundo para traer la salvación y obsequiarnos la vida eterna, hágase tu voluntad en nuestras vidas, porque todo aquello que se crea y proviene de la fuente inagotable de amor, siempre será bienvenido.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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