“¿Quién, pues, podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Será la tribulación? ¿o la angustia? ¿o el hambre? ¿o la desnudez? ¿o el riesgo? ¿o la persecución? ¿o el cuchillo? (Según está escrito; Por ti, ¡0h Señor! , somos entregados cada día en manos de la muerte: somos tratados como ovejas destinadas al matadero.) Pero en medio de todas estas cosas triunfamos por virtud de aquél que nos amó. Por lo cual estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero, ni la fuerza, o violencia, ni todo lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni otra ninguna criatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, que se funda en Jesucristo Nuestro Señor”.(Romanos 8:35-39)

La desesperanza acoge a nuestro pueblo, la tristeza embarga a las familias, no hay paz en los hogares, no hay paz en la tierra; todos tenemos algo por qué angustiarnos, y situaciones injustas por qué reclamar, pero, ¿Acaso la sordera es general? ¿Acaso lo es la ceguera? Todos queremos algo, buscamos algo, pero no sabemos qué es, ni dónde se encuentra; a todos se nos ha olvidado el camino para allegarnos lo que tanto  anhelamos.

Podríamos asegurar que en estos momentos, ningún país se siente seguro en lo económico, en lo político, ni en lo social; la incertidumbre, ya no sólo habita en los gobiernos, en los partidos políticos,  en las instituciones, en las organizaciones no gubernamentales, en los trabajos formales e informales, en las escuelas públicas o privadas, en las iglesias, en los medios de comunicación, en las calles, en los hogares; la incertidumbre y el miedo habita en el corazón de cada uno de los habitantes de este planeta.

De nuevo el pueblo de Dios ha abandonado su fe, y le rinde culto a otros dioses: al del dinero, al de la corrupción, al de la ambición desmedida, al de la impunidad, al del deseo insano, al de las injusticias, al del robo, al del crimen, al de la extorción, al del soborno y del plagio, a todos los elementos que privilegian la veneración del lado oscuro de nuestra humanidad.

Hoy nos percatamos de que caer en la entera complacencia, de la inconciencia voluntaria, no sólo nos ha despojado de la voluntad, sino que ha puesto en riesgo nuestra salvación, porque hemos condicionado una cultura que nos aleja de Dios y del amor de Jesucristo.

Hoy más que nunca Nuestro Señor Jesucristo nos invita: “Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis el reposo para vuestras almas. Porque suave es mi yugo y ligero el peso mío”. (Mt. 11: 28-30).

Oremos con verdadera fe, para que el Padre Celestial escuche nuestros ruegos y le dé la anhelada paz a nuestro planeta, a nuestro país, a nuestro estado, a nuestra amada Ciudad Victoria, a nuestros hogares, a nuestras familias y a nuestros corazones.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga a todos nuestros Domingos Familiares.

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