“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os ha elegido a vosotros, y destinado para que vayáis por todo el mundo y hagáis fruto, y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquiera cosa que pidiereis al Padre en mi nombre, os la concederá”

Hace unos días me asaltaba una terrible duda, si bien, he caminado por el sendero que mi Señor me indicó, reconozco que lo he hecho en la comodidad y no en el sacrificio pleno de mi persona, pues en ocasiones, me aferro a la defensa de lo que considero mis derechos, sin tomar en cuenta que la misma, atenta contra los derechos de mi prójimo.

Confieso que desde que sentí que mi vida había cambiado, al recibir lo que consideré, por mi fe, como el llamado de Jesucristo, había acudido al mismo, aun cargando con muchas de mis actitudes negativas, y que eso no iba con las enseñanzas de su doctrina; más, Él, siendo infinitamente bueno, me dejó continuar siguiendo sus huellas, y a cada paso, mi compromiso se iba afianzando, pero aun resistiéndome a dejarlo todo.

Con el tiempo, en muchas ocasiones, me sentí indigno de seguirlo, y pensé dejar de caminar a su lado; cuando se presentaban esas pesadas tribulaciones, oraba y hablaba con mi Señor, de la siguiente manera: Señor mío y Dios mío, te pido perdón por mi falta de fortaleza y de fe para vencer mi egoísmo, no soy digno de que vengas a mí y reciba tu gracia; si has de soltarme de tu mano, hazlo ahora, para que otro ocupe mi lugar. Dicho lo anterior, aquel fuerte pesar espiritual me sumía en la tristeza, más, no terminaba el día, sin que llegara a mí el amoroso consuelo, y de nueva cuenta, mis pasos, mi espíritu y la vida que anima mi cuerpo, caminaban por el sendero que Él había dispuesto para mí, y entonces comprendí, por qué los hombres de fe, los que aman a Dios, predican que están en el camino, cumpliendo la voluntad divina y no la suya.

Si mi corazón egoísta es sensible a la Palabra de Jesús, ¿por qué su amorosa luz no podría llegar al corazón de aquellos, que, siendo buenos, viven angustiados por las cosas del mundo?

En ocasiones confundimos el amor verdadero, con el diario y agónico sacrificio personal, que realizamos por nuestro prójimo, pensando erróneamente, que somos los únicos que podemos solventar sus perennes  problemas materiales, y nos olvidamos  de que  lo primero que debemos de obsequiar al necesitado, es el conocimiento del amor a Dios, de tal manera, que aquellos que encuentran en ello la verdadera riqueza, no  vivirán padeciendo por las cosas materiales y resolverán sus necesidades sin sentirse siempre víctimas y  eternos discapacitados.

“Id, pues, a aprender lo que significa: Más estimo la misericordia que el sacrificio; porque los pecadores son, y no los justos, a quienes he venido yo a llamar a penitencia” (Mt 9:13)

Le he pedido al Padre celestial en nombre de su unigénito, que nos ilumine y fortalezca con su sabiduría, para entender todo aquello que permanece aún oculto a nuestro rígido entendimiento.

Dios bendiga a nuestras familias y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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