Hace unos días mi esposo mi invitó a ver una de sus películas favoritas, “Il Postino”, también conocida como “El Cartero y Pablo Neruda”, película italiana filmada en el año de 1994 bajo la dirección del cineasta inglés Michael Radfort, con la actuación del escritor y protagonista de la cinta, Massimo Troisi, quien por cierto, se dice que “pospuso una cirugía cardíaca para poder terminar la filmación y un día después de que la misma fuera terminada, sufrió un ataque cardíaco que le causó la muerte. Fue nominado póstumamente al Oscar al mejor actor”, según datos de Wikipedia.

No pude menos que mencionar estos detalles que me parecen muy interesantes, pero no quiero centrarme en ellos, sino en el contenido mismo de la película, que narra las aventuras del escritor chileno en su exilio, en una isla italiana muy pequeña, habitada por pescadores, de nombre Salina, ubicada en el archipiélago de las Eolias.

Alejado y solitario, acompañado solo por su compañera de vida, Neruda se enfrenta al aislamiento más severo al estar en riesgo su vida y es ahí donde conoce a un joven cartero con pretensiones de poeta, sencillo, servicial y comedido que se convierte en su mensajero exclusivo.

Poco a poco, tímidamente, logra establecer una relación cercana con Neruda, quien le despertaba además de curiosidad, admiración y respeto por su fama de escritor y poeta.

Después de conquistar su confianza, le confiesa que está enamorado de Beatrice y le pide que le escriba unas cartas en su nombre, donde le exprese con lindas palabras sus sentimientos para intentar convencerla de corresponder a su encendido amor.

Apasionado por el uso de las metáforas, Neruda intenta complacer a Mario, que ronda la ingenuidad, la ternura y la impaciencia por llamar la atención de su amada.

Finalmente podemos observar en la trama, cómo surge una estrecha amistad alrededor de las palabras y su poder, para expresar los más nobles sentimientos de un alma limpia que a través de la lírica y la poesía, intenta entender y resolver su vida.

La nobleza del lenguaje, expresando emociones y sentimientos, que permiten abrir puertas y tender puentes, que facilitan las relaciones humanas. Ese darnos tiempo para correr el lápiz o picar las teclas, para vaciar las palabras en un papel, testigo silencioso de afanes ocultos, que nos llevan al encuentro del ser amado.

Katherine Mansfield le escribió una vez a un amigo: “Esto no es una carta, son mis brazos rodeándote un momento”.

Tomar el tiempo necesario y detenernos a pensar y a poner nombre a lo que sentimos y deseamos expresar, compartir con los amigos y hacer comunes los momentos que dan color a nuestra vida. Vivir y disfrutar ese placer de trascender al mensaje y al medio mismo para conectar en lo importante, sin mezclar lo urgente, y esperar con paciencia la respuesta deseada, no inmediata como la que se da en los cuestionados correos electrónicos y chats telefónicos, misma que se desvanece en segundos.

Virginia Woolf, decía que “el género epistolar es el arte más humano, que hunde sus raíces en el amor a los amigos”.

Hoy en día recibir una carta de amor es cosa de la historia. Observo que el lenguaje de las redes sociales ha venido a transformar la forma de expresión entre los jóvenes, insensible y práctica, totalmente alejada del romanticismo que tiñó las relaciones de quienes hoy en día intentamos adaptarnos a los nuevos tiempos.

Todo se hace público y sentimos que estamos perdiendo nuestra intimidad, porque todos los mensajes son compartidos en grupos de familiares y amigos.

Dejamos atrás la formalidad para mezclarnos con el uso de un lenguaje escrito de forma coloquial, simple, intrascendente y en ocasiones agresivo y violento, dicho con el desenfado que se expresa en el tono de las conversaciones superficiales, saturadas de faltas de ortografía y sintaxis, algo más cercano a una plática de vecinos que a la lectura de un mensaje estructurado razonadamente con el afán de establecer una comunicación asertiva.

Sobran las abreviaturas, expresiones breves o el uso exagerado de dibujos animados que vienen a sustituir el lenguaje escrito, detallado y descriptivo, acercándonos cada vez más a la oralidad de la cotidianidad, de lo intrascendente, sin una reflexión previa al envío del mensaje al público.

Es inevitable. Las redes sociales llegaron para quedarse y las plataformas como WhatsApp, Facebook, Twitter e Instagram, más las que faltan, han revolucionado la forma de comunicación humana. Millones de jóvenes y niños cada vez más pequeños las utilizan. El mundo está cada vez más conectado.

Recibir una carta siempre fue motivo de alegría. En cambio, el uso de las redes sociales y los mensajes de texto en niños y adolescentes preocupa a los expertos porque aunque parezca mentira, están promoviendo en ellos ansiedad y disminuyendo su autoestima.

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