“Debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto… ¿Por qué lo corriges? ¿porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente (San Agustín, Sermón 82).

Cuando el fantasma del resentimiento visita nuestra mente para reclamar las ofensas que nos han hecho en el pasado o en el presente, por lo general, nunca nos ponemos a analizar por qué se suscitan tantos conflictos en la vida; en cuanto nos sentimos ofendidos, respondemos  agresivamente, y no medimos, ni el daño que hacemos, ni el que nos hacemos, como si el desquite inmediato fuera el remedio para reparar nuestro malestar,  por el contrario, suma más elementos negativos para agrandar un problema, que por cierto, muchas veces, de ser sólo una observación, se transforma en una cuestión de tristes y terribles consecuencias.

Quien ama a Dios, ama a su prójimo, porque si no amas a tu prójimo, no puedes amar a Dios. En todo conflicto existe uno o más motivos para  que se genere, pero, antes de iniciar una batalla, demos dar cabida, en esos momentos de ofuscación, a la palabra de Dios; invoquemos su santo nombre y pidámosle interceda en nuestra tribulación, para no dejarnos llevar por emociones negativas, pues, hay tantas historias tristes en la vida, que se escribieron, cuando cegados por la ira , el orgullo, o el egoísmo, nos dejamos influenciar por el mal consejo; y si bien es cierto, que pueden existir motivos a los que clasificamos como extraordinariamente graves, pensemos antes de actuar equivocadamente, que aquello que pudiera no tener solución, podría y debería llegar a un término, sin tener que perder algo más que una relación de amistad, matrimonial, laboral o de negocios, sino llegar a perder el alma con motivo del peso de nuestra respuesta.

“Os digo más: Que, si dos de vosotros se unieran entre sí sobre la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, les será otorgado por mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos. En esa sazón, arrimándosele Pedro, le dijo: ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano cuando pecare contra mí?, ¿hasta siete veces? Respondióle Jesús: No te digo yo hasta 7 veces, sino hasta setenta veces siete, o cuantas te ofendiere. (Mt. 18: 19-22)

Con verdadera admiración, mi esposa y yo contemplábamos que en aquel reducido espacio de tierra, delimitado por un cuadro de cemento, había crecido mi amado naranjo, y junto a él,  habíamos sembrado dos pequeñas plantas de Teresita, rosas y blancas, las cuales se reprodujeron extraordinariamente, tanto, que mi madre al visitarnos exclamó: Esto es obra de Dios, tu hogar ha sido bendecido, poco después un plaga de hormigas terminó con aquel milagro floral, intentamos sembrar nuevamente, pero parecía que la tierra se negara a abrazar nuestras esperanzas. Pasó el tiempo, y de pronto, como de la nada, empezaron a brotar plantas de teresita en espacios sin las condiciones apropiadas para dar vida, lo más curioso es que  ofrecen un aspecto tan vigoroso, como si hubiesen sido sembradas por el mejor jardinero, una de estas plantas brotó al paso de la calle, justo donde estaciono el auto, por lo que corría riesgo de ser triturada por las llantas, de esa situación nos percatamos ambos, mi esposa me pidió precaución para no dañar la planta y lo estuve haciendo, pero un día, cuando mi pensamiento se ocupaba de aquello que mortifica el alma y se suma al cansancio cotidiano, me olvidé de las recomendaciones y las llantas del auto trituraron la planta, no me había dado cuanta si no es que ésta esparció en el ambiente un penetrante olor a hierba machacada, me dirigía hacia la Teresita que lucía tan dañada que pensé que ya no podría salvarse, por lo que intenté retirarla del lugar y resembrarla en otro sitio, pero, una sensación indescriptible me lo impidió y me llevó justamente ante el monitor de la computadora para elaborar este artículo y me condujo hacia las lecturas, que ahora pueden leer, ustedes mis estimados lectores.

“Porque si perdonáis a los hombres las ofensas que cometen contra vosotros, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados. Pero si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará los pecados” (Mt. 6:14-15).

Dios bendiga a nuestra familia y nos dé sabiduría para resolver nuestras tribulaciones teniendo como principal argumento el amor. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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