“Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros con caridad, solícitos en conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz, siendo un solo cuerpo y un solo espíritu,  así como fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación. Uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno el Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y gobierna todas las cosas, y habita en todos nosotros” (Efesios 24:2-6).

Difícil resulta,  en ocasiones, conservar la unidad y la paz en el hogar, en el trabajo, en la sociedad entera; los problemas pueden tener diversas formas, pero el fondo es lo mismo, no nos vemos como hermanos, no nos amamos como Cristo nos ama y manda; no podemos dar lo que sentimos que no hemos recibido, de ahí que pareciera que son más las situaciones ingratas que vivimos, que los momentos de felicidad,  y por si esto no fuera suficiente, en los momentos de ofuscación, las experiencias gratas escapan rápidamente de nuestra memoria, de tal manera, que lo que nos impulsa en los lamentables instantes de oscuridad a ser terriblemente injustos, despiadados y crueles con nuestro prójimo, es nuestro desprecio por nosotros mismos, al no poder renunciar a nuestro egoísmo para privilegiar el amor verdadero.

Yo experimento, cada vez menos, esas desafortunadas experiencias, cuando ante una situación difícil en mi hogar, en mi trabajo o en mi comunidad, me gana la impotencia y dejo salir el coraje por no poder controlar tantas variables inesperadas e indeseables, lo he ido logrando poco a poco, porque cada vez entiendo más mis debilidades y así puedo entender las debilidades de mis hermanos en Cristo.

Lejos estoy, sin duda, de ser perfecto, pero mi Señor me ha permitido aprender de mis errores, de mis fracasos y también de mis afortunados momentos, y yo les aseguro, que siempre se tendrá mayor satisfacción, cuando antes de alcanzar nuestra propia felicidad, logramos allegarle la felicidad a nuestro prójimo.

En esta semana que ayer terminó, aprendí a ser más tolerante, más compasivo, más misericordioso, y en cada oportunidad que Dios me dio para reconocer en mí esa capacidad para amar, el amor de mi Señor estuvo presente, recordándome la importancia de mantener la unidad en el hogar, en el trabajo, en nuestra comunidad.

 Cuando parezca que todo está por terminar por la difícil situación que enfrentas, recuerda que Jesucristo siempre está presente y nos acompaña para ofrecernos un nuevo principio.

Dios bendiga a nuestra familia, nuestra comunidad y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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