Buscando entre mis espacios reservados al ayer, reparé de pronto en un montón de cajas que guardan celosamente los restos de los juguetes que vieron crecer a mis hijos.
Turista, Rummikub, Megamagnetic, Conecta 4, Uno, rompecabezas variados, estuches con experimentos de química, 100 mexicanos dijeron, Disney trivia, y una caja con infinidad de piezas de los famosos juegos de Lego, con los que desarrollaron su imaginación y creatividad, ante una infinidad de posibilidades que podían construir y dar forma a un mundo de pequeñas ciudades con edificios, vehículos, muebles, etc.
Todavía los recuerdo tirados en el piso, concentrados, buscando el color y la forma de la pieza que daría continuidad a sus creaciones. Pero sobre todo las risas y el júbilo de quien lograba ganar cualquiera de los retos que implicaban competencia y estimulaban la convivencia entre ellos.
En muchas ocasiones formé parte de sus pasatiempos, me dediqué a compartirlos y disfruté enormemente de sus enojos cuando perdían la partida o del festejo cuando ganaban mucho dinero en el Turista, emociones que los preparaban para el juego de la vida.
Aprendieron que no siempre se gana, y que hay que reconocer cuando se pierde; que no siempre estamos en primer lugar y obtenemos los mejores resultados y que no por eso el mundo se acaba. Que el triunfo y la derrota son parte de un todo.
Aprendieron a jugar en equipo, pero también a hacerlo en forma individual cuando deseaban estar solos, atentos a sus propias ideas, sin prisa y a su manera.
Que no siempre eran campeones ni los mejores, y que nada justificaba la frustración o la envidia que generaba el ceder el espacio, pero si engrandecía mucho reconocer a quien lessuperaba, sabiendo que habían hecho su mejor esfuerzo.
Actualmente muchos padres se esfuerzan por hacer de sus hijos desde muy pequeños, los mejores. Desarrollarles al máximo todas sus capacidades, sobreestimulando sus sentidos desde los primeros meses de nacidos.
Se esmeran en acercarles una serie de estímulos que aceleren su desarrollo, pretendiendo que adquieran lo más prontoposible, habilidades para las que aún no están preparados.
La estimulación temprana se confunde con un ímpetu por activar todas las áreas cognitivas, motrices, emocionales y sociales, más allá de lo necesario para su nivel de desarrollo.
Se ofrecen a una edad cada vez más temprana, pretendiendo cautivar su atención y mantenerlos controlados, juegos audiovisuales a través del celular, mezclando luces, sonidos e imágenes de una forma tan violenta que su cerebro no alcanza a asimilarlos.
Se les acerca, a una infinidad de actividades físicas o culturales como taekwondo, futbol o ballet o cualquier otra que los mantenga ocupados, reduciendo al mínimo su tiempo de descanso, sometiéndolos a un ritmo de vida que les obliga a estar en permanente acción, sin apenas darnos cuenta de que estamos generando niños inquietos, hiperactivos, incapaces de concentrarse en una cosa a la vez.
Tanta exigencia siendo aún muy pequeños, los aleja de su naturaleza, les niega un tiempo de calma y tranquilidad, de esa curiosidad por explorar su entorno de una forma libre y autónoma.
De esos momentos que generan luego grandes ideas que motivarán su creatividad, imaginación y juego simbólico, y les desencadenan en cambio, una serie de problemas en su desarrollo personal, como baja autoestima, relacionessociales problemáticas y bajo rendimiento escolar, al impedir su concentración con una estimulación excesiva del cerebro que siempre está buscando nuevos estímulos que lo mantengan ocupado, sin dejar espacio a la paciencia, a la soledad o al aburrimiento.
Según expertos cuando un bebé experimenta una sobreestimulación, se provocan emociones negativas en él como ansiedad, miedo, enfado, etc., lo cual puede manifestarse en un llanto excesivo o un rechazo a la socialización.
También se potencia la impaciencia, debido a que los niños se acostumbran a estar en permanente actividad y cuando se les obliga a estar en reposo, resulta imposible mantenerlos tranquilos, lo cual se hace cada vez más evidente en espacios donde se obliga al silencio y a la cordura.
Es cada vez más frecuente escuchar hablar del Déficit de Atención e Hiperactividad, que se relaciona con la dificultad para concentrarse, distraerse constantemente, exceso de energía, cambiar constantemente de actividades, olvidar sus tareas, dificultad para organizarse, entre otras.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) refiere que actualmente el 26% de los niños y adolescentes de entre 10 y 19 años en América Latina que presentan un trastorno mental, es debido al trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
Me pregunto, ¿hasta dónde ese afán de estimular desde temprano a los niños les estará llevando a una nueva forma de vida para la que los adultos no estamos preparados, que luego queremos, incluso con medicamentos, tratar de tranquilizarlos, ponerlos en paz?.
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