“Esto decís vosotros, que ignoráis lo que sucederá mañana. Porque ¿qué cosa es vuestra vida? Un vapor que por un poco de tiempo aparece, y luego desaparece. En vez de decir: Queriendo Dios; y: Si viviéremos, haremos esto o aquello. Mas ahora todo, al contrario, os estáis regocijando en vuestras vanas presunciones. Toda presunción o jactancia semejante, es perniciosa. En fin, quien conoce el bien, por lo mismo peca.” (Santiago 4:14-17)

Quién, que necesita estar y sentirse bien consigo mismo, no lo está y se pregunta cuál es el motivo, acaso ignora que todo aquello que genera el mal nace de su propia inconformidad con la vida que le es obsequiada como el mayor don que Dios le dio con amor. ¿Por qué siendo bendecido y guiado por el mejor camino para alcanzar una vida plena, prefiere mejor creer en sí mismo antes que creer en Jesucristo como el Dios mismo encarnado y enviado para ponernos a salvo de nuestros sentimientos y acciones mezquinas? ¿Por qué se jacta de un poder que no va más allá de la energía que se le imprimió a su cuerpo, para poder allegarse a través de las obras de amor y misericordia, la oportunidad de obtener la energía inagotable que le espera en la eternidad, donde las pretensiones nada tienen que ver con lo material, con el disfrute del cuerpo o el ejercicio indebido de su fuerza y de su inteligencia? Creer en sí mismo, empieza con el hecho de aceptar con humildad que hemos sido creados para bien y no para mal, creer en sí mismo inicia con creer en Dios como el único que conoce cual es y será nuestro destino y que su amor por nosotros nos permite acercarnos a él con la oración, para que sane nuestra ceguera y nuestra sordera espiritual, para que nos salve de la parálisis mental y corporal que nos impone el miedo a vivir amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Seguramente, usted como yo, conociendo nuestra vulnerabilidad, sabemos que muchos de nuestros buenos propósitos de enmienda, requieren de la ayuda de un poder superior, para lograr liberarnos de las cadenas de odio, de egoísmo, de intensión de venganza, de nuestra actitud arrogante y prepotente, de nuestra deshumanización, y de cuanto mal  dejamos crecer en nosotros mismos por nuestra falta de amor, por nuestra falta de humildad y por nuestra falta de fe, y que requieren de la ayuda de Dios, de ahí que cuando oramos, le pedimos a Dios hacer su voluntad y no la nuestra, porque bien sabemos que en nuestro libre albedrío, en muchas ocasiones, no interviene nuestro corazón, sino los pensamientos que  nos alejan del poder del perdón y de la necesidad de ser perdonados al reconocer nuestras faltas.

Si Dios quiere, es una sublime y sincera petición, que me aleja de la perniciosa idea, de que yo todo lo puedo y del no necesito de nadie, para lograr lo que me propongo.

Dios nos ilumine con la sabiduría del Espíritu Santo para que nos auxilie en todo momento y podamos así disfrutar de una vida plena.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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