Recuerdo que aún era muy pequeño el más inquieto de mis hijos. Tenía un espíritu de explorador exacerbado. Todo llamaba su atención. Amaba a los animales, tanto que a sus 7 u 8 años decidió que cuando creciera iba a ser veterinario. Con esa convicción transcurrió su infancia.

Siempre repetía lo mismo cuando alguien le preguntaba que iba a estudiar. Así que, llegada su adolescencia, apenas terminado su primer año de secundaria, busqué el apoyo de unos amigos que tenían un hospital veterinario para que le dieran la oportunidad de convivir con animales, su atención y sus cuidados, su alimentación, su trato y sobre todo que conociera el trabajo diario que realizaba un profesional que se dedicaba de tiempo completo a esta labor.

Poco tiempo le duró el gusto. Todo iba bien y disfrutó mucho su trabajo en los primeros días. Regresaba entusiasmado y platicaba a detalle lo que hacía, hasta que un día le asignaron la tarea de bañar un perro, pero no solo por encimita sino como debía hacerlo profesionalmente. Algo pasó que lo hizo cambiar de idea y desistió.

Influenciado por las series de televisión, que narraban las aventuras fascinantes de los viajes en altamar de los cruceros lujosos, donde se veía a los cheffs con su uniforme de gala impecable, guisando exquisitos manjares, rodeados de hermosas mujeres y de todo ese ambiente mágico que los envuelve, decidió que mejor iba a estudiar para ser cheff, en una de esas, hasta podría aspirar a conseguir trabajo en uno de esos barcos.

En casa se comedía a preparar los alimentos, primero con la curiosidad de aprender y poco a poco descubrió sus habilidades para preparar deliciosos platillos. Empezó por conocer la gran variedad de condimentos que había en el cajón de las especias, así inició una etapa de experimentación. Lo mismo podía preparar pechugas de pollo, que filetes de pescado, mariscos o una variedad de cortes de carne, lasaña o pizza y, de vez en vez, le dedicaba tiempo a los postres, en principio fáciles y rápidos, pero luego, se aficionó a la búsqueda de recetas más complicadas.

Lo veía muy convencido de su vocación. Así que al llegar las vacaciones cursando la prepa, le pedí que se hiciera cargo de preparar la comida durante un mes, para ver si realmente era una buena decisión trabajar el resto de su vida rodeado de olores y sabores exquisitos, si, pero con todo lo que implicaba hacerlo profesionalmente. Había que dejar la cocina limpia y con todos los utensilios ordenados para usarlos al día siguiente.

Después de 10 o 12 días, me dijo: “lo siento mamá, me gusta mucho la cocina, pero como un hobby, ya me cansé de picar, cortar y freír, pero sobre todo de lavar trastos. No. Decididamente creo que mejor voy a estudiar arquitectura”.

Y así lo hizo. Hoy lo veo feliz y realizado. Desfruta enormemente su trabajo. Admiro mucho su creatividad y su ingenio, su imaginación. Valorado y reconocido por uno de sus maestros, después de sonar la campana en la Universidad de Monterrey, lo invitó a formar parte de su despacho del que aún forma parte después de 6 años de graduado.

Que importante apoyar a nuestros hijos en el momento de definir no una carrera, sino un proyecto de vida.

Cuánta falta hace una buena orientación vocacional no solo en la escuela, sino también en la familia. Acompañar el momento en que los jóvenes se acercan a decidir no solo que estudiar, sino a que van a dedicar sus horas de trabajo, cómo van a prepararse para ser autosuficientes, sentirse útiles y satisfechos de lo que pueden hacer con sus habilidades y su creatividad.

A qué van a enfocar su esfuerzo cotidiano para ganarse honradamente la vida. Cómo apoyarles para descubrir sus gustos, intereses y aptitudes con los que podrá construir sueños, plantearse metas y objetivos concretos a corto, mediato y largo plazo.

Como prepararnos como padres para ser los grandes facilitadores de nuestros hijos en este proceso de crecimiento donde descubren su propia identidad. Cómo apoyarles para que identifiquen su esencia y hacia ella enfoquen la decisión de una buena elección profesional que les permita hacer del trabajo un placer, no una penitencia.

PD.- Permítanme compartirles el gozo de la presentación de mi libro “Apuntes para mis hijos” en su primera parte “Mis motivaciones”, que se llevará a cabo en el Auditorio del Centro de Excelencia de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, el próximo jueves 2 de marzo en punto de las 5 de la tarde, para la cual les extiendo la más cordial invitación. La entrada es libre.

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