“La paz os dejo, la paz mía os doy; no os la doy yo, como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde” (Jn. 14:27)

¿A dónde vas con tanta prisa? pareciera que estás huyendo de algo o de alguien, cuando en realidad, huyes de ti mismo ¿Qué es lo que te atemoriza? ¿Acaso Dios no te ha obsequiado ya suficiente sabiduría como para comprender lo que te pasa?

Muchos de nosotros, estamos conscientes de lo que nos ocurre, del por qué nuestro corazón está inquieto, de la ansiedad que nos asalta, de la desesperación que nos agobia y en ocasiones nos paraliza; y si conocemos el porqué de lo que nos motiva a seguir huyendo, frecuentemente buscamos otras alternativas para solucionar aquello, que desde un principio, podemos arreglar con algo tan sencillo como aceptar una realidad: que es el miedo el que la mayoría de las veces no nos permite alcanzar una vida plena.

Cuántos de nosotros, no estamos conformes con lo que ya tenemos, y vivimos pensando, que podríamos tener más, en la idea, de que, al tenerlo, podríamos sentirnos mejor, pero, al obtenerlo, seguimos con la misma inquietud, y nos regresa esa sensación de vacío, que queremos llenar sólo con cosas materiales.

Una descripción clásica de lo anterior, podrá ser la siguiente: En ocasiones sentimos acercarse el tiempo de lo que interpretamos como las decisiones más difíciles de tomar, y como cualquier mortal, experimentamos síntomas de ansiedad; sin estar corriendo, pareciera que lo estamos haciendo; sin estar bajo el agua, pareciera que lo estamos y con ello, aparece una sensación  de falta de oxígeno por la dificultad que experimentamos para respirar; la mente amenaza con bloquear otras funciones, tratando de responder a una amenaza que de hecho es irreal; de pronto, hay confusión, y se busca al agresor, y sólo encontramos un pensamiento de alto contenido pesimista, al que de tener fe, enfrentamos con una oración y en seguida se recupera la voluntad y con ello el control del cuerpo.

“No andéis pues, acongojados por el día de mañana; que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástale ya a cada día su propio afán o tarea” (Mt 6:34).

No nos dejemos engañar por todo aquello que busca debilitar nuestra fe, si vivimos bajo el amparo del amor del Padre Celestial y nos dejamos conducir por Jesucristo Nuestro Señor nada podrá dañarnos.

“Respondióle Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mi” (Jn.14:6)

Dios nos dé fortaleza para permanecer fieles en la fe, Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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