Se acercaban las fechas de los últimos exámenes del semestre y recuerdo que, en esa ocasión, uno de mis maestros nos había insistido mucho que le echáramos ganas, que repasáramos a conciencia lo aprendido en su materia los meses anteriores, pues le daría un valor de 80 puntos para la calificación final, y solo contaría un 20 por ciento la asistencia y la entrega de los trabajos.

Llegado el día y la hora del examen, era notable en el ambiente el nerviosismo cuando mis compañeros y yo ingresamos al salón de clase y casi en silencio tomamos nuestros lugares, suficientemente separados unos de otros, como para no intentar copiarnos y, después de tomar lista, el maestro y su auxiliar nos entregaron unas hojas con la instrucción de colocarlas boca abajo sobre el mesabanco y esperar para que todos empezáramos justo al mismo tiempo. Teníamos 40 minutos para contestarlo.

Al tomar las hojas, pude percatarme de que había una serie de preguntas complicadas, pero me llamó en particular la atención la primera línea antes de empezar a enumerarlas, cuya instrucción me desconcertó inmediatamente.

Justo enseguida de los espacios relacionados con la fecha, la materia, el nombre y el número de matrícula decía más o menos así: “Después de confirmar que tus datos personales estén correctos, dobla tu examen y entrégalo”.

Discretamente, volteé la mirada por algunos de mis compañeros que me rodeaban, y vi como estaban concentrados intentando contestar cada una de las preguntas del examen. Volví a leer y aunque me causaba confusión lo que estaba escrito, dudé de ello y aunque tuve el impulso de entregar el examen inmediatamente, al igual que mis compañeros, también yo empecé a contestarlo.

Permanecí sentada unos minutos y observé como el silencio en el grupo anunciaba el esfuerzo de cada uno de mis compañeros por responder a cada cuestionamiento.

Después de terminar, volví a revisar cada una de las respuestas. Por fin me decidí y se lo llevé a mi maestro que me lo recibió muy serio, vio su reloj y anotó la hora en que lo recibió, igual que como lo había hecho con todos mis compañeros que me antecedieron.

Salí y me quedé en las jardineras entre dudas, esperando que alguien más terminara. Poco a poco fueron saliendo y pude comprobar que casi todos habíamos hecho caso omiso de la primera instrucción. Algunos ni siquiera habían reparado en atenderla. Concluyeron su examen, revisaron sus datos y lo entregaron.

Quiero compartirles que solo tres personas de un grupo de más de 60 alumnos, fue capaz de atender correctamente las instrucciones. Escribieron sus datos personales y después de unos minutos entre dudas, lo entregaron preparándose para defender su calificación.

Al día siguiente, cuando revisamos los resultados del examen, el maestro los felicitó por su “respuesta rápida”, pero llamó fuertemente la atención porque habían tardado más de 10 minutos en entregar el examen sin contestar y más aún a quienes lo habíamos contestado.

Era evidente nuestra incapacidad para seguir instrucciones y aunque algunos alegaron que no se especificaba si debíamos revisar nuestros datos personales al principio o después de contestar las preguntas, el maestro se limitó a decir: “La frase estaba al inicio, justo después de anotar los datos que se te pedían, no al final del examen”.

Finalmente, el examen como tal, no contó. El objetivo fue hacernos evidente dos cosas. Una, repito, no seguir instrucciones y dos, nuestra falta de decisión, evidenciando como nos dejamos influir por la respuesta de los demás, pese a nuestro primer impulso por atender lo que se nos estaba pidiendo.

No es nada fácil aprender a seguir instrucciones, aceptar que alguien nos guíe o nos indique que y como hacer las cosas, pero a lo largo de mi vida he tenido que reconocer que es el mejor camino para conseguir mejores resultados.

Hacer un alto para leer, comprender y atender las indicaciones nos evita cometer muchos errores, la pérdida de tiempo, y en el extremo, poner en riesgo nuestra seguridad.

El revisar la letra chiquita en las recomendaciones de la aplicación de ciertos materiales, o el instructivo que acompaña los medicamentos, para revisar los efectos secundarios o los riesgos de intoxicación, sobredosis o resultados de las interacciones con otros fármacos, no solo es necesario, sino indispensable.

Hoy en día todo está computarizado. Todo implica seguir un código, una ruta previamente establecida. Para todo se ha creado un software que guía las preguntas y respuestas hacia un objetivo bien definido.

Seguir las prácticas y procedimientos previamente establecidos no solo en casa, sino en la oficina y en todo lo que nos rodea, facilita nuestra convivencia diaria y hasta podíamos decir que nos da un seguro de vida.

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