La política es el arte de los consensos, también la política es percepción no realidad, por ello se entrampan las decisiones cupulares, ante el asedio de las redes sociales y la necesidad de trasparentar algo turbio.

Antes, el control de la opinión pública evitaba que permeara lo cuestionable, hoy, el libertinaje y el anonimato logran cada vez con mayor intensidad: mover conciencias, sembrar rencores, polarizar a la sociedad y desde luego, ahuyentar a la clientela electoral, pues el oficio de Operador Político pierde fuerza, cuando se justifica el fin sin importar los medios que utilice el Community Manager.

Hace muchos años surgió la tendencia de postular a empresarios reconocidos a los cargos de elección popular, pues eso se veía como un escollo cuando la imposición se realizaba. Sin embargo, la respuesta de los operadores políticos siempre fue la misma: “No se preocupen, cualquiera tiene la cola sucia”.

La tendencia aquella fue mermando conforme los partidos todos, tuvieron acceso a mayores recursos y desde luego se formaron cuadros nuevos, que evitaron la imperiosa necesidad de buscar candidatos externos.

Hoy los externos brillan por su ausencia, no aspiran más que a mantenerse en sus labores y algunos de ambición desmesurada, se presentan ante los medios como apartidistas, pero con cargo público, sin importar ideología.

La fábrica de sueños políticos se convirtió en fábrica de entes amorfos intelectualmente, que producen híbridos que se ajustan a los designios de los hacedores, esos que son sin duda alguna, el poder tras el trono.

Es finalmente, la decisión tomada en base a estudios científicos, comúnmente llamadas encuestas, que muestran en blanco y negro las fortalezas y las debilidades de los que quieren medir, no todos son los llamados, pero eso sí, solo uno es el elegido.

Se acerca la fecha y comienza el negro panorama de la descalificación contundente, de la injerencia en la vida privada, de la filtración indiscriminada y de la proliferación de invitaciones de perfiles falsos, inventados, hechos a la carrera para poder vender un producto que, si fuera bueno, se vendería solo.

Por ello nos enteramos de todo lo que el manual de las buenas costumbres no acepta, esos pecados de juventud y excesos juveniles, esos negocios nada claros y esa penosa enfermedad de la que solo la familia hablaba y en voz baja.

Hoy bombardean los “Mails” con notas falsas de cuentas robots, con textos fantasiosos se nutre el “Facebook”, con memes groseros se llena el teléfono vía “WhatsApp”, con verdades y mentiras de 140 caracteres se inunda “Twitter”, con fotografías incriminadoras se sostiene “Instagram”.

Esto no hay manera de detenerlo sin atentar contra la libertad de expresión, pues la comunidad es tan grande y tan plural en las redes sociales, que es más delito tramitar un documento con nombre falso, que crear un perfil social con el único fin de ganar dinero.

La fortaleza y valentía que da el anonimato no es cuestión desdeñable, muchos han sucumbido a la popularidad inmediata que proveen las redes sociales, sin entender siquiera que ser popular en ellas es igual a ser millonario en el juego del “Monopoly”.

Las circunstancias políticas que se derivan de los imponderables modifican los tiempos, si bien es facultad personal el creer en las Fake News, también es menester de las autoridades el no caer en la tentación de aceptar las que de alguna manera les convienen.

Pero esto apenas empieza, muchos ya buscan resguardo, pues en unos días más comienza, la verdadera GUERRA SUCIA.

  

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