Un año 11 meses le quedan al Licenciado López Obrador.
No es mi intención cuestionar su popularidad porque simplemente es incuestionable: Una mayoría ciudadana clara aprecia al líder del Ejecutivo. Ciegos los que no lo ven.
Lo que sí es cuestionable es si ha disminuido o no la corrupción; si los “cuadros” que ha seleccionado Morena para participar tienen una carrera limpia o no; y sobre todo, si se ha castigado o no la corrupción anterior y la actual. Y me parece que todas las repuestas son No.
El sexenio de la corrupción (el de Peña) cerró a tambor batiente. ¿Se acuerdan?
Y hace años me pregunté en una colaboración Del Abogado Amigo: “¿Qué postura tiene y tendrá la administración de AMLO respecto de los -enormes- actos de corrupción que se presumen hubo en la administración de Peña?”
Pero aunque se acabará pronto el sexenio, no es posible, de verdad, que después del tamaño de los escándalos no haya castigo para los corruptos que se hicieron multimillonarios en perjuicio del pueblo.
“La cuarta transformación”, está consolidada electoralmente, pero no está legitimada con resultados. Y no pasará sino hasta fortalecer el Estado de Derecho, y aunque éste comprende muchos rubros, el combate frontal, firme, a la corrupción (anterior y actual) es fundamental. Pero creo que no pasará, pues tal parece, sobre todo en lo local, que quienes llegaron con la bandera de no traicionar al pueblo, prefirieron emular a sus antecesores, y robar.
Y es que, ¿Cómo redignificar la política si a los ojos de la ciudadanía sigue siendo más castigado el honesto que el corrupto?
¿Creen Ustedes que en algunos años los corruptos de la “cuarta transformación” estén tranquilos jugando golf como lo han estado estos años los amigos de Peña en el Estado de México? ¿De qué transformación estaríamos hablando? ¿De una que transformó los programas sociales? ¿De una que mejoró la comunicación del Presidente a los ciudadanos? Eso no es transformar.
Sostengo también como he dicho, que con la austeridad no iba a alcanzar, que frenando solo los privilegios de nómina no terminarían los arreglos y adquisiciones amañadas, moches, etcétera, y mucho menos terminaría la soberbia de algunos políticos derivada de su enriquecimiento, que crece en la misma proporción que crece la certeza de su impunidad.
Y mírelos, estimado lector, ahí andan tranquilos alcaldes y compañía, creyendo que sostener una bandera de Morena les otorgará garantía de impunidad para siempre. Se les olvida que el poder es efímero.
Estimo que la reconciliación del país no está reñida con la rendición de cuentas, lo único que se logra con el esquema de “perdón y olvido” es actualizar el ciclo. Estamos condenados a repetir lo que nunca castigamos.
Y es que, díganme por favor, en este país, ¿cuáles son los incentivos para ser honesto, además de tener la conciencia tranquila?
Vivimos, lamentablemente, en una subcultura en la que, incluso el que fue parte de una administración y robó, le llama (y disculpen la expresión) “pendejo” al que no lo hizo o no lo hará; cuando en realidad el que profiere ese ataque verbal debería estar tras las rejas por la forma de elevar su patrimonio repentinamente, a costillas de los impuestos de quienes sí los pagamos.
Pregunta: ¿No debería de ser al revés? ¿No debería el honesto llamar “pendejo” al que robó porque saqueó y porque seguramente está por ser investigado y sancionado por su ilegal actuar? Y por haberse llevado lo que no era suyo si no de la gente.
Lástima que la “oposición” es incapaz de articular un pliego de señalamientos a los nulos resultados de esta administración en materia de estado de derecho. Hay mucha estadística, y muy malos gobiernos municipales. Es tiempo de arrastrar el lápiz, caray.
Porque créanme, estando pendientes de ver si se equivoca el Presidente en La Mañanera; en criticar un vestido de su esposa Beatriz Gutiérrez; o aplaudirle a Calderón un tuit, no hace más que exhibir lo estancados que están en el clasismo y en el pasado, y no habrá, por ende, en el corto plazo oportunidad para construir la opción que México necesita.
Ojalá se recapacite. Aún hay tiempo. Ciudadanía hay, y ávida de creer en algo, pero con tan raquítica agenda, sistemáticas incongruencias, y errónea selección de candidatos, se seguirá ahuyentando a la participación social.
Eso aunado a que ahí viene la reforma electoral. Ojo, es ahora, o tal vez en muchos años…