“Y se metió con ellos en la barca y echóse al instante el viento: con lo cual quedaron mucho más asombrados. Y es que no habían hecho reflexión sobre el milagro de los panes; porque su corazón estaba aún ofuscado” (Mc. 6:51-52)

Vivimos tiempos de incertidumbre, de mucha confusión; nuestra fe pareciera en ocasiones debilitarse, sobre todo, cuando nos abruma la ansiedad por tener un estatus dentro de nuestra sociedad, que nos permita sortear todos los altibajos de la economía, de la política y de la inseguridad; más nuestro anhelo, se ha sustentado, por lo general, en buscar soluciones un tanto alejadas de lo espiritual, pensando tal vez, que el pedir a Nuestro Señor su ayuda, es una opción secundaria; dejamos la oración para utilizarla cuando el agua ya nos ha llegado hasta el cuello, cuando lo primero que debemos de hacer es tener fe en que nuestra situación, por difícil que sea, podrá resolverse a nuestro favor porque Dios está con nosotros.

No me cabe la menor duda, de que el estrés, es ahora uno de nuestros más grandes males, nos preocupamos por todo, por lo que nos pasó, lo que nos está pasando o lo que nos puede pasar; nuestra mente sufre y martiriza a nuestro cuerpo, generando una serie de enfermedades, y en muchas ocasiones,orillándonos a renunciar a nuestra calidad de hijos de Dios.

“En razón de esto os digo: No os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. Qué ¿no vale más la vida, o el alma, que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo como no siembran, ni siegan, ni tienen graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más sin comparación con ellas? (Mt. 6:25-26).

Cuando mi nieto Emiliano tenía 9 años de edad, me dijo un día antes de su competencia de Judo: Abuelo estoy nervioso, me han dicho que voy a competir con un niño que tiene muchos años de experiencia en esta disciplina y temo no salir victorioso de esta contienda. La confesión de Emiliano me enterneció de verdad, me pregunté ¿Cómo es posible que un niño de esta edad se preocupe tanto por una competencia? Entonces le dije: Pídele a Dios que te ayude. El niño contestó: ¿En verdad crees que Él me puede ayudar a ganar la competencia? Le respondí: Jesús hará más que eso, Él puede ayudarte a vencer al miedo que te hace dudar de que puedes vencer a tu adversario, no importa que sea más grande que tú, más fuerte o tenga más experiencia. El niño me sonrió y se fue más seguro de sí mismo. Yo estuve presente en la competencia, en el primer combate fue derribado fácilmente; en el segundo el niño logró derribar a su oponente aplicando una buena técnica, en el receso lo felicité y el niño me dijo: ¿Por qué me felicitas abuelo si voy perdiendo? Y le contesté: Le he pedido a Dios que te ayude y Él está contigo.  El niño sonrió de nuevo y caminó con mayor seguridad. No me pude quedar a todo el torneo, pero horas después nos encontramos y traía colgada una medalla en el cuello, se había ganado el segundo lugar. Entonces Emiliano dijo: Tenías razón abuelo, Jesús estuvo conmigo todo el tiempo.

La oración nos acerca a Dios y Él escucha nuestros ruegos.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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