Emocionada por la noticia que acaban de dar las dependencias de salud en México, haciendo eco de lo dicho por la OMS (Organización Mundial de la Salud), anunciando el final de la pandemia del Covid-19.

Una vez más, la humanidad ha sido capaz de superar uno de los retos más difíciles de los últimos tiempos; la creación y aplicación de las vacunas, vino a acotar los daños que pudieron multiplicarse, de haberse prolongado.

Atrás quedaron los confinamientos, el uso del cubrebocas, la cancelación de vuelos internacionales y el cierre de fronteras, los hospitales rebasados y el personal médico agotado, el trabajo en casa y las clases por internet.

Finalmente, a casi tres años de su aparición, (noviembre del 2019) se logró poner un alto a esta pesadilla que vino a transformar la vida en todo el planeta, a obligarnos a poner un alto en nuestras actividades, a inventarnos nuevas formas de hacer las cosas e intentar adaptarnos a vivir en medio de la incertidumbre, haciéndonos tomar conciencia de nuestra fragilidad humana.

Y sin embargo, aun cuando ya podemos salir a disfrutar del sol, del aire, del reencuentro con los seres queridos y los amigos que tanto extrañamos, se ha quedado en el ambiente ese temor al contagio, de tal manera que muchos han decidido permanecer aislados, y continuar con el uso del cubrebocas, por mencionar solo lo evidente.

Lo cierto es, que los estragos causados por la pandemia aún no pueden cuantificarse, no solo en lo económico, sino en la afectación social y familiar de quienes vivieron de cerca esta tragedia, que ahora se manifiesta en problemas de salud mental, tanto que la OMS, ha reconocido ese impacto devastador llamando a fortalecer los servicios médicos en el área, donde se dé prioridad a la atención y recuperación emocional de la población.

Pero podemos asegurar que los daños son generalizados, todos nos vimos obligados a enfrenar el miedo a contagiarnos, enfermar y morir; a sufrir ante la posibilidad de perder a un ser querido que vivía lejos de nosotros; otros además, han vivido la pérdida del empleo, viendo incrementarse sus niveles de pobreza e inseguridad alimentaria.

También llama la atención el aumento en la violencia doméstica, ubicando a la mujer como receptora de la situación de crisis provocada por la incertidumbre y el miedo.

Es evidente que durante la pandemia de la COVID-19, se agravaron en la población los niveles de estrés, ansiedad, miedo, tristeza, y soledad. Ahora que parece superada, empeoran los trastornos emocionales.

En el marco del Día Mundial de la Salud Mental, que tuvo lugar el pasado 10 de octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) busca crear conciencia sobre este trastorno que afecta a más de 350 millones de personas de todas las edades, en todos los rincones del planeta; sus efectos son sentidos en el entorno familiar y social, y en el peor de los casos, puede llevar al suicidio. Cada año en el mundo, casi un millón de personas se quitan la vida como consecuencia de este problema.

Este año la OMS ha elegido el lema “La depresión, una crisis global” y pone sobre la mesa la necesidad de reconocer la enfermedad y afrontarla, ante la estigmatización que padecen quienes la viven y tratan de ocultarla, evitan tratarse o incluso evaden el tema. Asegura que la proporción de personas enfermas que no reciben atención alcanza entre el 60 y el 65%.

En muchas ocasiones no se presta la debida atención a los primeros síntomas y se agrava poco a poco.

Puede decirse que es normal de vez en cuando sentirse triste, cansado, fatigado y sin energía. Todos vivimos situaciones que conllevan contratiempos, pero cuando ya se convierte en una rutina constante que implica mucho esfuerzo realizar las actividades cotidianas, es el momento de detenernos a buscar apoyo.

Si de pronto pasamos varias noches continuas con falta de sueño, o no tenemos ganas de hacer nada, solo dormir, descuidamos la alimentación y nuestro arreglo personal o llevamos un estilo de vida sedentario, perdemos interés por las cosas que siempre nos han motivado y nos alejamos de los amigos y preferimos el silencio, estar solos y con poca luz, y todo esto se prolonga en el tiempo y no desaparece, cuidado, que estos son signos de alarma.

El escritor y periodista Johann Hari, tras sufrir una profunda depresión, decidió investigar las causas que lo habían sumido en esta enfermedad, y tras su propia experiencia, aconseja: “Tu depresión no es un problema técnico, es una señal. Escúchala”.

 

 

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