“Nada pues, hay aquí secreto que no se deba manifestar, ni cosa alguna que se haga para estar encubierta, sino para publicarse. Quien tiene buenos oídos, entiéndalo.” (Mc. 4:22-23).

Es frecuente que en las familias se susciten discusiones por desacuerdos en la manera de pensar o de actuar, sobre todo, cuando cada persona se aferra a la idea de que es poseedora de la verdad absoluta. En ocasiones esas discusiones se convierten en un diálogo entre sordos, oímos sólo aquello que nos conviene, pero no escuchamos la verdadera esencia del mensaje que se está compartiendo, por ello, en un momento dado, todo lo que digamos podría ser utilizado en nuestra contra. En estas discusiones, por lo general nadie suele salir victorioso, por el contrario, de no aclarar bien los planteamientos y despejar las dudas, donde existía sólo una pequeña fricción por la mala interpretación de lo comentado, logra convertirse en una profunda herida emocional que difícilmente sanará.

Con el paso de los años, los motivos de discusión entre los miembros de la familia suelen contemplar temas diferentes a los iniciales, esto es comprensible, porque la percepción que tenemos de los problemas y el impacto que ejercen sobre nuestro bienestar, no sólo nos afecta emocionalmente, sino físicamente, pero el origen de lo que nos está ocurriendo sigue siendo el mismo: no escuchamos, pues seguimos empeñados en oír sólo aquello que nos pueda servir para utilizarlo en defensa de nuestras ideas.  

Desde luego que no toda comunicación en familia termina en conflicto, por lo general, esta tendencia se genera al tratar de posesionar nuestras ideas en un tema específico, y donde se puede malinterpretar el verídico deseo de transmitir mensajes positivos, pensando que se pretende influenciar para manipular un resultado que favorezca sólo a una de las partes.

Ayer, tomando en cuenta algunos aspectos fundamentales para establecer una buena comunicación,  le hablaba a mi esposa sobre cómo utilizar nuestra experiencia para generar ambientes y actitudes positivas en la familia, indiscutiblemente, los dos teníamos nuestro muy particular punto de vista para abordar el tema, y aunque no reñían del todo, había factores considerados por ella de alto riesgo,  y aun siendo respetuoso en todo momento de su opinión, aprecié, que la mayor dificultad para ponernos de acuerdo era precisamente la diferente manera de percibir la situación; mientras yo la invitaba a tratar de que analizara a conciencia cada uno de los factores que dificultaban la buena comunicación, ella insistía en  basarse, en lo que yo pensaba, era intuición o sexto sentido, que se desarrolla con la maternidad, llevándome a pensar en aquella frase popular que cita que “El amor es ciego” porque no tiene cabida muchas veces el razonamiento, simplemente se vive; o siendo más apagado a la doctrina Cristiana “Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; en no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, ni grosero, ni egoísta; es no enojarse, ni guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. Tener amor, es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo” (1 Corintios 13.4-7).

Todo parecía indicar que el mayor factor de riesgo que mi esposa percibía para establecer la mejor de las comunicaciones en familia es mi rígida forma de tratar de buscar siempre soluciones, donde se privilegie al pensamiento analítico y se relega a un segundo término el amor que generosamente fluye del corazón de una madre.

Mientras  redactaba el presente artículo, el timbre de nuestro hogar sonaba con insistencia, yo no quería interrumpir su elaboración, pero  finalmente lo hice y miré por la ventana, era el velador que venía por la aportación económica de cada fin de semana, con cierta molestia le dije a María Elena, atiende al velador porque no me da oportunidad de terminar mi escrito y ella sin titubeo dijo: “Acaso no te has puesto a pensar que  su insistencia obedece a la necesidad de tener este dinero para alimentar a sus hijos”

Sigo siendo un eterno aprendiz del Evangelio de Cristo, pecador por mi naturaleza corporal, pero esperanzado en alcanzar la madurez espiritual, para sentir el amor como lo predica mi Maestro.

Dios bendiga a nuestras familias y bendiga todos nuestros Domingos Familiares

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