“Por donde un miembro padece, todos los miembros se compadecen, y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él. Vosotros, pues, sois el cuerpo místico de Cristo, y miembros unidos a otros miembros” (Corintios 12: 26-27)

Todos tenemos un lugar en la iglesia de Cristo, e igual de importantes somos para Él, mas, está en cada uno de nosotros, el cómo hacer efectivo nuestro ministerio, habrá quienes sean más activos e impriman mayor dinamismo a su quehacer y habrá otros, que sin decir una palabra, con su obra están en gracia de Dios.

A muchos nos asusta fallarle constantemente a Jesucristo, mas, a los arrepentidos de corazón Él siempre los verá con misericordia y alentará a seguir luchando por el propósito de honrarlo con buenas obras, porque el dolor que genera nuestro comportamiento erróneo, igualmente afectará a otros miembros de nuestra familia.

Cuántos de nosotros, cuando experimentamos un problema, sentimos ahogarnos en un vaso de agua, y en nuestra desesperación buscamos afanosamente solucionarlo, guiándonos primeramente por las alternativas que nos ofrece nuestra capacidad humana, dejando para un segundo término el uso del gran poder de la fe. ¿Acaso el orar y pedir a Dios su auxilio demerita el poder terrenal que poseemos? ¿Acaso reservamos el poder de nuestra fuerza espiritual a casos extremos, cuando nos sentimos presa de la desesperanza?  Algunas personas, en son de broma, dicen que Dios tiene problemas mucho mayores qué resolver y no lo quieren distraer con sus necedades. Yo les aseguro que por grande o pequeño que sea nuestros problemas Dios está siempre atento para auxiliarnos con el mismo amor  de siempre.

En mi vida fui guardando un resentimiento infame, de niño, experimenté el dañino efecto de los celos, veía cómo mi madre daba mayor atención a algunos de mis hermanos, sobre todo, a los que tenían una conducta inapropiada, producto de la confusión y la falta de orientación paterna, así como a los más pequeños y débiles; un día estaba muy molesto y me acerqué a ella en son de reclamo y le pregunté: ¿Por qué no me amas como amas a mis hermanos? Ella, me miró de una manera tan dulce, puso con delicadeza su mano derecha sombre mi cabeza y con una voz tan suave y amorosa me contestó: Los sanos no necesitan del médico, sino los enfermos; puedo asegurarles que sentí que mi espíritu se estremeció al escuchar esas palabras y obraron con gran poder sobre mi corazón, y hoy que siento que mi espiritualidad es más madura, y me ha permitido con ello un mayor acercamiento con Jesucristo, por mi fe, les confieso, que aquellas palabras provenían de mi Dios, mi Señor y Salvador.

“Y el Señor les dijo: Si tuvieras fe tan grande como un granito de mostaza, diréis a ese moral: Arráncate de raíz, y trasplántate en el mar, y os obedecerá” (Lc. 17:6).

Gracias Señor por darnos la dicha de creer en ti y sentir tu presencia en cada instante de nuestra vida.

Bendice a nuestras familias, obséquiale la paz y la armonía a nuestro país. Bendice todos nuestros Domingos Familiares.

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