En verdad, en verdad os digo, que quien  escucha mi palabra, y cree a aquél que me ha enviado, tiene la vida eterna, y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado ya de muerte a vida. En verdad, en verdad os digo, que viene tiempo, y estamos ya en él, en que los muertos oirán la voz  o la palabra del Hijo de Dios; aquellos que la escucharen revivirán” (Jn. 5:24-25)

Todos queremos que alguien escuche nuestra voz, pero, ¿escuchamos realmente a quien trae el mensaje de la verdad y de la vida? Pasaba frente a mi casa velozmente en su bicicleta un voceador de periódico, cuando intentaba concentrarme para buscar un tema para el elaborar el presente artículo, cuando escuché su voz a lo lejos, y sin más, alcé la mía para llamar su atención para comprarle el periódico, la verdad, pensé que no me había escuchado, por lo que salí a la calle para ver si lograba alcanzarlo, y cuál fue mi sorpresa que éste  se encontraba ya frente al portón, y antes que hiciera mi solicitud, el joven vocero, empezó a hablar diciendo lo siguiente: “Nadie creería que pudiera escuchar su voz, proviniendo del interior de su casa, sin medir la prisa que llevo para vender el periódico, nadie creería, que mi madre, que habla mucho más fuerte que usted, lo hace porque está enferma de su mente, e imagino lo que dirán nuestros vecinos”; sin decir más me entregó el periódico y salió rápidamente pedaleando la bicicleta.

En ocasiones me pregunto ¿cuántas personas estaremos atentas al continuo y vivo llamado de Jesucristo? ¿Cuántos de nosotros escucharemos con el corazón su palabra, no sólo para quedarnos con ella, sino para compartirla con nuestros hermanos?

En la semana próxima pasada, me embargó sobremanera la tristeza, mi espíritu  sentía el gran peso de una cruz, donde día con día se agregaba una nueva pena que ensombrecía mi ánimo, recibía oleadas emocionales negativas, que como latigazos mortificaban mi cuerpo y oprimían mi corazón, las recibí con resignación, porque seguramente las merecía, pero también aspiraba a la misericordia de quienes, consciente o inconscientemente me castigaban, y el dolor más grande era provocado por el hecho de que mi voz no era escuchada, en mi defensa hablé del amor, del perdón, del arrepentimiento, y mis palabras se desvanecían antes de llegar al corazón de las personas, lo que me hizo pensar que me faltaba tanto camino por recorrer para  tener al menos, la oportunidad  de ser escuchado, por ello, me refugié en la soledad de mis pensamientos, para hablar con el que sana mis heridas del alma, pero tal vez estaba mi orgullo tan lastimado, que rebasó a la humildad con la que debo de dirigirme a mi Señor, y dejé que mi mente trabajara en posibles respuestas para justificar mi probable indignación; pero al llegar el cuarto día de la semana, toda aquella energía mal encausada se desvaneció ante el sufrimiento de mi prójimo, que me hizo comprender que más que defenderme de lo que consideraba injusto, tenía que abrir aún más el corazón al amor de Jesucristo para entender a los demás, y fue entonces cuando mi Salvador empezó a hablar por mí y para el quinto día había sanado. Un vocero llegó el 6 día para decirme que mi voz siempre ha sido escuchada.

Dios escucha siempre a quienes creemos en Él y les da la oportunidad a los que no creen para que lo hagan.

Dios bendiga a nuestra familia con un corazón que siempre escuche las necesidades de nuestro prójimo. Dios bendiga a todos nuestros Domingos Familiares.

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