“No me escogisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros, y destinado para que vayáis por todo el mundo y hagáis fruto, y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquier cosa que pidiereis al Padre en mi nombre, os la conceda.” (Jn 15:16).

Señor, tú que escuchas todos nuestros ruegos, no tomando en cuenta nuestros reniegos y nuestra falta de fe, cuando esperamos de ti una respuesta rápida y esta no llega, ten piedad de nosotros y perdona nuestra impaciencia. Lo que yo he aprendido de ti, es a tener conciencia de que muchas de nuestras congojas y tristezas, tienen su origen en nuestra desobediencia; por eso te pido mi Señor, no te apartes de mí.

Padre, consciente estoy, de que yo no te busqué debido a mi ceguera y sordera espiritual, tú viniste a mí cuando escuchaste los lamentos de mi sufrido corazón, porque bien sabías que mi resistencia a buscarte,  era porque no había escuchado con atención tu Palabra de vida, más cuando vino el dolor y no encontré otra salida a mi salvación, fue mi corazón el que te llamó y no mi conciencia que estaba ocupada en buscar culpables de mis dolencias, cuando  el único culpable  era yo por mi desobediencia.

Recuerdo muy bien tu llegada, cuando mi alma ofuscada y confundida pedía de corazón ser escuchado por ti, me bastó decir en aquel momento del divino encuentro, que una sola palabra tuya bastaría para sanar mis heridas y fue tan pronta tu respuesta, que la sanación llegó a mí, y arrepentido por mi desobediencia te pedí perdón, y el perdón llegó a mi mente, porque de corazón no había pecado, y sembraste la semilla del amor en esta voluntad que desde antes de nacer te pertenecía, y que como oveja descarriada, se había extraviado en la confusión que priva en el mundo, cuando yo no era del mundo, pues te pertenecía a ti.

Padre, un día de desolación, me encontraba caminando por el desierto de mi desventura, derrotado como estaba, te pregunté por qué me habías escogido a mí para llevar a cabo una labor que merecía ser llevada por un corazón limpio de pecado, y sonriendo con ternura, me dijiste que los sanos no necesitan del médico, sino los enfermos, y que muchos serían los llamados y pocos los escogidos.

A ti que sientes que algo maravilloso te está ocurriendo en el corazón, escucha el llamado de quien te habla, pues esa es la razón que le dará rumbo y sentido a tu vida.

Bendice Señor a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestro pueblo que presto está para seguirte. Bendice Padre nuestros Domingos Familiares, día en el que descansaste una vez que terminaste con la gran obra de la creación. Bendice nuestros anhelos de felicidad y nunca dejes que nuestro pesimismo nos arrebate la esperanza de llegar a ti como es tu voluntad.

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