Después de tres años del Presidente López Obrador al frente del país, hay grandes avances en el proceso de transformación, pero aún hay grandes pendientes.
Se ha logrado poner en el centro del desarrollo social, económico y político a las personas menos favorecidas, a quienes por años se les ignoró.
Se han llevado a cabo 32 reformas constitucionales en materias como política social, instalación de un modelo educativo propio; austeridad como política de Estado encabezado esto con la Ley Federal de Austeridad republicana, que sentó las bases para generar ahorros del gasto público.
Se elevó la corrupción a delito grave (aunque considero en la vida real hay asignaturas muy pendientes en este tema) y se eliminó el fuero. Se ha avanzado en materia de democracia participativa a través de la consulta popular y revocación de mandato.
Pero dicho rápido intento de instalación de un “nuevo régimen” ha generado también costos altos con diferentes sectores sociales que, aunque minoritarios no menos importantes (academia y clases medias sobre todo). Y con ellos me parece, en vez de aumentar la distancia debiera procurarse una reconciliación. Hasta como estrategia de consolidación del proceso de transformación, estimo.
Sin embargo, permítame la metáfora, estimado lector: como volcán submarino empezó ya el 2022.
Y es que me refiero a que tal como la erupción del volcán submarino en la Isla de Tonga robó los reflectores este fin de semana, la lucha política electoral por las 6 gubernaturas en juego este año se adueñará de lo público y, ojalá me equivoque, quedarán atascados el resto de temas prioritarios para que el país avance, sobre todo lo relativo a la seguridad pública.
Espero de convicción que entre la profundidad de las diferencias que postulen las alianzas partidistas, en el gobierno se encuentren consensos para continuar, de manera más inteligente, el proceso de transformación que inició en 2018.