“Entretanto vinieron a encontrarle su madre y primos hermanos, y no pudieron acercarse a él a causa del gentío, se lo avisaron, diciéndole: Tu madre y tus hermanos están allá afuera, que te quieren ver. Pero el dióles esta respuesta: Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la practican.” (Lc 8:19-21).
¿Qué veo en sus rostros? ¿Qué en su trato amable? ¿Acaso pudo el tiempo borrar los recuerdos? ¿Qué encuentro hoy después de tantos años? Veo algo que nació hace mucho tiempo, algo que no murió, y fue guardado por el corazón en la distancia, mas, ahora con la madurez sabemos de qué se trata. Señor, aquel día en el que predicabas ante aquel gentío, reconociste entre los asistentes, a todo aquél que escucha la palabra de Dios y la practica, como tu madre y tus hermanos. Reconoce Jesús, entre estos amigos míos, que nos reunimos con la finalidad de evidenciar, que más allá de un fugaz encuentro en la vida, marcado por las circunstancias y deberes de nuestros años mozos, a un grupo de hermanos, cuya fe se ha fortalecido con el tiempo y tiene como base el amor al prójimo.
Nos reconocimos, no buscando los cambios que experimentamos en nuestro cuerpo, sino por los cambios que el amor por ti ha obrado sobre nuestro espíritu, vimos entonces en cada uno de nosotros, al hermano que siempre ha sido, pero que ignoramos en un principio por tener ceguera espiritual.
Hemos dejado que nuestro espíritu se dé gozo por volvernos a ver en ese encuentro inesperado, y todo te lo debemos a ti; bendito seas por siempre.
Dios bendiga a nuestros hermanos en Cristo, que son nuestra familia. Dios bendiga todos nuestros futuros encuentros y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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